La insistencia de Mikel en quedar en el Iruña siempre ha tenido su sentido. Aquí nos conocimos en los años setenta y él continúa viviendo en aquellos años por mucho que se acabe de jubilar. Regresar a estas mesas – como a las de La Concordia , si fuera posible- es regresar una y otra vez a una situación originaria y por ello hipersignificativa. Sin duda aquellos años fueron muy importantes porque fueron los años del descubrimiento de la política, de la sexualidad, del sentimiento generacional, de la música…pero ¿tan importantes? Luego ha transcurrido mucho tiempo , casi cuatro décadas. Pero Mikel continúa escuchando música de aquellos años, le siguen gustando los films de la época y todavía le parece sentir la fuerza que acompañaba a aquellos conciertos multitudinarios o a aquellas manifestaciones radicales.
Puede ser que todo obedezca a una nostalgia de la juventud, con todo lo que ello conlleva: cierto adamismo, primeras sensaciones, descubrimientos iniciales e iniciáticos…Pero, ¿por qué esta vuelta de la mirada casi sistemática y obsesiva hacia aquellos años?
No sé, quizá le pesen los muertos, nuestros muertos. El Oso, el Grampo, La Rubia, Cuchillito, etc. Y cierto deseo de “decir” de ellos como comenta Roland Barthes. Pero los muertos suelen pesar como culpa, están vivos como culpa. Entonces ,¿ es culpa lo que mueve esta insistencia? Pero, ¿qué culpa? ¿La de haberles “traicionado”? ¿La de haber comprendido que aquello que defendíamos era algo imposible estratégicamente y que obedecía más a un instinto táctico cruelmente dirigido por fuerzas ajenas a nosotros mismos?
Por ejemplo, saber que que los servicios secretos potenciaron a la ultra-izquierda para combatir la infuencia del Partido Comunista. O que los conciertos multitudinarios terminaron por ser un gran negocio. O que los hippies adelantaron las pautas narcisistas de la sociedad de consumo.
La bala que mató a Germán Rodríguez en julio de 1978, y que tanto le ha obsesionado a Mikel como imagen de un enfrentamiento final, no sería, a estas alturas sino la bala de plata del ajuste que el poder decidió establecer en plena transición entre la izquierda política y los movimientos sociales. Algo así como: “Este es el límite de lo que podéis hacer. Más allá os encontaréis con la violencia legítima del Estado”.
O sea, que de alguna manera esa culpa es una culpa por no haber muerto en “los buenos momentos”, cuando la utopía , convenientemente adobada por nuestro judeocristianismo basal, todavía continuaba vigente, y así, por ejemplo, no haber tenido que ver tantas “ reconvensiones”. Reconvensiones de estudiantes troskistas, de mecánicos maoístas, de profesionales estalinistas en empresarios (muy) adinerados. Culpa por haber asumido que “ para que nada cambie todo tiene que cambiar” , aprovechando los márgenes estrechos de la movilidad social de la Transición.
Algo que ya estaba explícito el El Gatopardo, pero también en La educación sentimental…y que probablemente ya está esta por aquí , en alguna novela perdida aunque famosa.
Pero Mikel insiste: » Nadie podrá impedirme que escuche todas las veces que quiera «Smoke on the water» ( de Deep Purple, añado yo para los menores de sesenta)