Como Mikel se queja de la cadera – van pasando los años- nos hemos sentado en un banco frente a la ría, bajo la protección de la grúa Carola.
Mientras contemplamos el ir y venir de las gaviotas, Mikel recuerda- como siempre – los años ochenta y los enfrentamientos que al final terminaron con el cierre de los astilleros Euskalduna. Curiosamente no le gusta nada, pero nada de nada – dice – el llamado «cine comprometido», ese que refleja la impunidad de la corrupción generalizada de los gobiernos occidentales o que pretende hablar de la clase obrera ( en este punto cita Los lunes al sol como ejemplo. Le parece que lo que se presenta como denuncia no hace sino asentar el temor de los ciudadanos pues la mayor parte del común recibe toda esta exhibición de poder como un peso irremediable, ineludible y definitorio, y la conclusión es clara: no hay nada que hacer, salvo, eso, sí, regodearse en la mera exhibición. Y además le parece inmoral que muchos artistas hagan carrera alternativa a base de denuncias (desde Sean Penn a Javier Bardem) que se pueden leer perfectamente en las revistas del corazón junto con sus avatares amorosos y/o familiares.
Yo le escucho atentamente, pues sé que le gusta que lo haga y ya no le quedan muchos amigos vivos entre las balas, los infartos, el cancer, y el SIDA.
«Probablemente el cine, para ser efectivo debería tomar otro rumbo y dirigirse más a las conciencias a medio plazo, como hizo Visconti con El Gatopardo», apuntala mientras me toma del brazo y me señala el camino de vuelta. Miro hacia arriba. La Gaviota del Ensanche nos contempla inmóvil, como si estuviera disecada, muy blanca, desde la punta vermellón de la grúa Carola.