No hay nada que cambie más en este país que los mapas del tiempo y las fiestas de guardar, así que, de pronto, nos hemos encontrado con una nueva jornada festiva, el 7 de octubre, en la que se conmemora – ¡ y ya era hora!- el ochenta aniversario de la formación del primer Gobierno Vasco.
He estado siguiendo el acto que se celebraba en Gernika y, la verdad, me ha sobrado la representación del maletín y la máquina de escribir de José Antonio de Aguirre y Lekube- y no digamos ya la del tal en cuanto que tal. Pues a mi parecer- y lo digo como historiador- las representaciones se suelen comer las las cosas de las que se habla sobre todo si lo hacen en una clave dramática.
Pero, en fin, para compensar y aprovechar el día, se nos ha ocurrido ir por la tarde al cine. Hemos ido a ver Historia de una pasión, de Terence Davies, un film sobre la vida de la poetisa estadounidense Emily Dickinson. El segundo crítico oficial del primer periódico global- que en ocasiones, como esta, suela firmar tan sólo con las iniciales- bajo el título de»El rigor de dos artistas» había publicado una breve columna comentando que era una obra » con propensión a lo sublime», realizada con un » riguroso aparato formal», dando lugar a una película » austera».
El que avisa no es traidor, dicen, y lo cierto es que íbamos avisados eso sí subliminalmente. A la media hora de proyección el rigor y la austeridad habían adobado tan bien lo sublime ( que como dijo Immanuel Kant, es lo bello que ya resulta aterrador ) que he estado el resto del tiempo esperando que la Dickinson se muriera de una vez – lo cual ha hecho, por cierto entre largos estertores fielmente retransmitidos al cabo de dos horas- mientras escuchábamos unos diálogos petulantes y pedantes – al menos en la versión en castellano – que cuando se entendían sin ayuda de la wikipedia no hacían sino escandalizar al montón de viejecitas que, a saber porqué ,habían ido a ver la película – muchas parejas jóvenes habian abandonado la sala a saltos poco a poco.
A la salida, demudados, hemos estado a punto de pedir que nos devolvieran el importe de las entradas,o mejor, de secuestrar al segundo crítico oficial del periódico global y leerle su crítica una y otra vez, sin parar, como hacía Nanni Moretti en Caro diario.
Y es que las representaciones se comen las cosas de las que se habla – oiga, no digo que se coman » la verdad » ¿eh?…que todavía me queda una retranca estructuralista – sobre todo si se «ejecutan» en clave dramática.