Subo al 38 y encuentro un sitio. Me siento. Frente a mí una joven negra – no tendrá mucho más de veinte años- lee un libro. Tiene una cabeza armoniosa rematada por un peinado en el que se adivina intuición y tradición. No puedo evitar mirarla una y otra vez. Pienso que si fuera escultor, esculpiría un busto con detenimiento, que si fuera dibujante, dibujaría sus lineas perfectas hasta cansarme, que si fotógrafo las sesiones serían interminables…Pero me tengo que contentar con narrar este encuentro. Por fin, levanta un poco el libro y puedo leer el título: Deseo rebelde, de Julie Garwood.
Por recomendación de mi médico de cabecera ( me gusta más que lo de «médico de familia») me bajo un par de paradas antes de la que me tocaría si quisiera ir directamente a casa. La casualidad hace que me tropiece con un par de yankis ( lo deduzco de sus oblongas vocales) que están fotografiando la Casa Montero, uno de los edificios modernistas más singulares de la villa. La pareja esta enfrentada , espalda contra espalda, con la que parece ser su hija, una chica alta y desgarbada que repasa las ofertas de móviles de una tienda al uso.
Continúo caminando. Del Club Deportivo sale un señor ya anciano, algo encorvado, con una bolsa deportiva Fred Perry. En la esquina le espera un joven suramericano, fuerte y sonriente,al que se agarra como si fuera un náufrago.
Cruzo la calle. En el recinto del cajero automático de un banco, una figura encogida se da media vuelta dentro de un descolorido saco de dormir. A su lado, un perrillo de ojos vivos parece vigilar atentamente la puerta
Levanto la mirada. La Gaviota del Ensanche va hoy bien acompañada. Probablemente la ha contratado el ayuntamiento como como cicerone aereo de gaviotas despistadas.