Mi misteriosa y anónima lectora nietzscheana – la llamaré desde ahora «La-que-no-tiene-nombre»- me ha enviado un email con unas reflexiones sobre la última columna- la de las lentejas quemadas, para entendernos.
Me dice la colega que lo que en esa columna cuento no es sino la manifestación manifiesta de mi » incapacidad para distinguir entre tiempo y duración según la famosa clasificación de Henri Bergson» -parece que a La-que-no-tiene-nombre tampoco le duelen las citas.
Así, según ella, llevado a la saturación mental por mi empeño en finalizar el dichoso artículo sobre las TIC y la enseñanza un domingo por la mañana ( ¡A quién se le ocurre!), habría cumplimentado una fase ascética ( algo así como una dura ascensión al Monte Carmelo carmelita) que rompiendo con el tiempo (cronométrico) me habría arrebatado a una fase mística en la que imperaría la duración, dando rienda suelta a un espasmo visonario en el que habría circulado de Horacio a Peter Handke pasando por Goethe, subsumiéndome en indicaciones morales universales y trascendentes sobre la educación de nuestros lebreles…Hasta que el olor a lentejas quemadas me habría devuelto contundentemente al tiempo .
Buena, magnífica , la síntesis de La-que-no-tiene-nombre. Pues es cierto que siempre he tenido un problemilla con eso de las oscilaciones entre la duración y el tiempo. Pues el tiempo no deja de ser algo social y cuantitativo y la duración tiene un punto cualitativo y subjetivo. Aunque haylos también quienes afirman que podemos compartir duraciones , entre otros el mismo Handke que de ello nos habla en su largo Poema a la duración,o más analíticamente, en las duraciones colectivas de las que disertaba un tal Maurice Halbwachs.
Y otro sí algunos colegas y algunas colegas que con sus escritos, con sus fotografías o con sus cuadros , con sus esculturas , o simplemente con su conversación y con su presencia, o , incluso, con sus ausencias, nos arrancan de este tiempo en el que sabemos que vamos a morir y nos colocan en esa otra modalidad temporal en la que somos eternos, aunque la eternidad dure unos segundos, unos minutos o unas horas.
Gracias, pues, corresponsal anónima. Gracias a La-que-no-tiene-nombre. (¿Te manifestarás algún día, querida, sease cual ectoplasma?)