Estamos sentados en la terraza del Kaia de Armintza, uno de los lugares que más me gustan de la costa vizcaína. Un cálido sol de otoño nos acompaña mientras disfrutamos de unos excelentes pimientos rellenos de bacalao y damos pequeños sorbos a nuestras copas de txakolí.
Hemos venido hasta aquí porque Maite quería sacar una serie de fotos del flysch negro que se alza en torno a esta ensenada y que es uno de los más curiosos del Cantábrico. Ahora estamos repasando las fotos una a una – ventajas de las cámaras digitales- mientras recordamos nuestro sobrecogimiento al pie de esas moles retorcidas y bellísimas, formadas y deformadas a lo largo de miles de años.
Ante paisajes como este es fácil que el pensamiento, que lo cifra todo, se precipite en el tiempo abstracto y nos haga sentir la intrascendencia cronomérica de nuestras vidas ( de «seres de un día » que decían los clásicos griegos ) en comparación con la edad casi eterna de la vida mineral. Y que las piedras no puedan llegar a pensar no es en este caso ningún consuelo porque en su propia inconsciencia está su salvación y en nuestra conciencia de todo ello nuestra posible angustia cósmica.
Por eso, y para conjurar tanta impotencia, llevo siempre conmigo ,en un bolsillo escondido de mi cartera, un papelito con estos versos de Matsúo Bashoo:
¡Qué admirable
el que no piensa “la vida es efímera”
cuando ve un relámpago!
Pues eso. Mientras tanto continuaremos seleccionando fotos y más fotos…Y Maite continuará aprendiendo. No le van a faltar buenos maestros ( y maestras…of course!)