Acabo de oír en la radio la noticia de la muerte del lider cubano Fidel Castro. La voz entrecortada de su hermano Raúl me ha encogido el corazón por un motivo para el que no estaba preparado: me ha recordado a la de Carlos Arias Navarro, alias «El carnicerito de Málaga», comunicando entre lágrimas la muerte de Franco.
Estas concomitancias son terribles y más para quienes en algún momento vimos en la Cuba revolucionaria una antorcha en medio de la noche imperialista. Pero, lo cierto es que las concomitancias venían de lejos, casi desde que Manuel Fraga Iribarne entabló relaciones con los Castro a cuenta de sus orígenes gallegos.
Puede ser que todo esto sea una consecuencia del desarrollo desigual. Hace poco , sin ir más lejos, me ha llegado un libro de una escritora argentina muy galardonada que rezuma a Lacan por los cuatro costados, cuando por aquí la mayor parte de la intelligentsia se olvidó de su psicoanálisis estructuralista hace más de tres décadas. Y otro sí parece ocurrir con algunos partidos políticos emergentes, que de tan nuevos han descubierto el lenguaje de los más viejos.Y es que, quizá, al cabo todo sea una cuestión de retórica, de no tanto decir como del cómo decir.
Aún así hay quien se empeña en utilizar fórmulas que se reclaman tradicionales ,estimando que su efectividad reside en garantizar una continuidad con un pasado que se piensa siempre fue mejor. Pero acaso lo único que se consigue utilizándolas, es querer estar en un pasado inexistente que probablemente fue peor.
En fin, espero que, tras las consabidas y consiguientes «valoraciones históricas» de tirios y troyanos, la imagen de Fidel no termine por ser el icono de una camiseta de tirantes de un descerebrado como lo ha sido el Che, o el motivo con fondo rojo de unas bragas revolucionarias como en el caso de Mao ( doy fe de ello y hasta le compré unas a Marta en un puesto cercano a la Wang Fujing.