Era 1980 y asistía a la » II Semana de Estudios Sexológicos de Euskadi » que se celebraba en Vitoria.La sexología era una disciplina de moda, probablemente para legitimar ideológicamente los profundos cambios en las relaciones interpersonales que se estaban produciendo en las rebabas del franquismo.
Todo sonaba a nuevo y, a veces , resultaba muy provocador. Jesús Arpal abrió el fuego con una ponencia sobre la sexualidad tradicional. Le siguieron gentes como Josep-Vicent Marqués, siempre ingenioso y en permanente – y cariñosa- disputa con Lidia Falcón. Y también Gretel Ammann que había venido a proclamar su alternativa endolesbiana.
En medio de aquellas jornadas, una noche conocí a Monserrat Roig porque la suerte hizo que me tocara sentarme junto a ella en una cena multitudinaria. Yo era un veinteañero y ella me llevaba casi diez años. No sabía por aquellos días que era una escritora muy reconocida, y una activa feminista.Además,hasta entonces, en mi esquemática inocencia, siempre había pensado que las artistas y las escritoras, o las pensadoras, tenían que ser un punto feas o, al menos no muy agradables. Pero Montserrat era justo todo lo contrario: una mujer espléndida , guapa y atractiva y, además , muy culta y divertida. Me quedé anonadado ( y supongo que enamorado) pero la consideré innacesible.
El Congreso finalizó. Aún así, todavía tuve tiempo de intercambiar las direcciones, y desde aquel momento fuí leyendo todo lo que publicaba y había publicado, incluido el magnífico diario que escribió cuando ya sabía que tenía un cancer necesariamente mortal: Dime que me quieres aunque sea mentira /Digues que m´estimes, encara que sigui mentida
Ahora que se cumplen vieinticinco años de su muerte, me he dado cuenta de que ella fue el primer modelo de ese tipo de mujer guapa-lista que suelo mencionar de vez en cuando en estas lineas marginales.