Ayer recibí la noticia de la muerte de dos personas que sólo conocía de referencia. Una era un conocido psiquiatra, innovador y también catedrático de la Universidad del País Vasco. La otra, el profesor de Ciencias Sociales de mi hija, fallecido en plena madurez.
Supongo que los dos habrán dejado su particular huella, como suele ocurrir con quienes trabajan con personas y no con cosas. Lo que se recuerda son, por supuesto, las mejores anécdotas, pero también el tono de una voz, un gesto mil veces repetido, un olor que se volvió cotidiano … Todo lo que tuvo, en fin, que ver con aquel permanente vis a vis en el que se podía querer, pero no amar. Todo eso que parece que se está perdiendo con la horizontalidad opaca que genera el uso desmedido de las TIC.
Así cada uno y cada una suele haber tenido un maestro o una maestra, en el sentido antiguo de la palabra. Desde la educación infantil hasta la universidad. Yo he tenido varios y , a estas alturas de la vida, a quien más recuerdo es al profesor Jesús Arpal.Cuando se jubiló escribí ( y leí en un acto público en su homenaje) estas líneas :
“ La mirada del maestro. Se echará en falta al maestro cuando ya no podamos seguir su mirada. Quedarán, desde luego, sus libros, los artículos desperdigados que algunos discípulos encariñados intentarán recopilar, y también el recuerdo de sus lecciones dentro y fuera del aula. Y quizás unas gafas o un pequeño cuaderno de notas. Pero no quedará su mirada.
Aquella mirada que señalaba un paisaje o un paisanaje en el silencio de un viaje, que apreciaba el color tostado de un vino nuevo o que se aguzaba, concentrándose todavía más en un texto cien veces leído. La mirada del maestro. La mirada que enseñaba, también, a mirar”.
Y tú, querido lector, querida lectora, ¿ la mirada de quién recuerdas?