Ya estábamos acostumbrados a peregrinar por alguna planta de Esos Grandes Almacenes hasta encontrar algún empleado o empleada que se dignara a cobrarnos. Pero ahora este régimen de espléndida displicencia parece estar extendiéndose a otros sectores como si se tratara de una consigna de obligado cumplimiento.
Para muestra dos botones arrancados de las oficinas del banco en el que ( por ahora) tengo guardados mis ahorros. Primer botón: al otro lado de una mesita supuestamente acogedora me atiende la que se supone que es mi «gestora personal» que reconoce en primera instancia que no me conoce de nada. Me escucha como si oyera llover , y me indica que lo que he venido a pedirle que haga, lo podría haber hecho yo desde mi ordenador. Sonrío porque me educaron en los Hermanos Maristas, y me callo que llevo muchos años trabajando con plataformas virtuales y, por supuesto, con la web del banco en cuestión. Pero ella insiste y quiere enseñarme hasta cómo funciona un ratón «para aprovechar la visita». Hago , pues, yo mismo la operación bajo su atenta mirada y ella me felicita con una sonrisa más falsa que un amadeo ( que diría M.S-O). A continuación, «para aprovechar la visita» ( repite con voz aflautada) comienza a informarme sobre algunos productos para «clientes exclusivos» ,como, por ejemplo, un seguro para el coche. En este punto, harto ya de su estupidez de pitagorina y de su incapacidad para saber cómo reconocer a un cliente, me levanto, le doy la mano y me voy.
Segundo botón: Voy a hacer un ingreso en metálico. Me atiende un chavalín de corbata que debe de estar en prácticas y lo hace muy correctamente. Pero su compañero de mostrador ( ¿su tutor?), un hombrón en niki y sudoroso,me suelta sin que yo le haya dicho nada, que para hacer ese ingreso están los cajeros automáticos, como se indica en un cartel que efectivamente he leido antes de entrar y que , dada su sintaxis retorcida , parece señalar todo lo contrario. Así lo comento en voz alta para que se entere el susodicho que no contesta ni mú. Ganas me dan de cerrar la cuenta y sacar toda la pasta- que no es mucha- pues no hay cosa que deteste más en este mundo que la impertinencia ilustrada, pero respiro profundamente y dejo que el chavalín cierre la operación.
De todo lo anterior cabe quizá deducir que la progresiva privatización de la administración está teniendo su correlato en la administrativación de lo privado y que el viejo «vuelva usted mañana» va siendo aplicable con la reformulación de » venga usted a gastar y si no, no moleste». Y, desde luego, la impúdica inmunidad de algunos grandes capitostes que se llevan euros a manos llenas estará ayudando mucho a este nuevo, llamémoslo, «estilo de trabajo».
Bueno, hasta que una mañana nos cansemos y les digamos aquello de » Quousque tandem abutere patientia nostra? » y nos marchemos para no volver…