El paseo de hoy me ha llevado por el Campo Volantín al amanecer. En lo alto brillaba con su fulgor invernal Venus , la estrella de la mañana o , por aquí, también, Artizarra. Ha sido un paseo silencioso , atento tan sólo al fluir lento de la ría.
Ya en casa he abierto el dietario de Josep Pla titulado Notas para Silvia y me he encontrado con un apunte del 25 de abril de 1957, sobre el paso de un cometa: «Lluis Medir ha dicho: Este, ya no lo volveremos a ver jamás. Estas palabras nos han sumido en un mutismo abrumadoramente triste.No existe la menor duda: este no lo volveremos a ver jamás…»
También John dos Passos hace una mención semejante en la primera parte de su autobiografía –Días inolvidables– , aludiendo a la contemplación del Cometa Halley en 1910.
Yo tuve ocasión de ver dicho cometa en 1986 y, en efecto, estando previsto su retorno para el año 2062, tampoco tendré ocasión de verlo. Sí, para ese año… Todos criando malvas, como se decía antes.
Pero la historia es de los vivos. Y el sentimiento de caducidad que genera es especular: somos caducos cuando nos ubicamos en el tiempo cronológico, no en el tiempo de la duración o en el de la ocasión ( kairós. Y, en realidad, morimos para los demás. A nosotros, talmente, la muerte ni nos va ni nos viene salvo que se crea en una vida post mortem, lo cual , aún cuando legítimo, no deja de ser una creencia.
Sin embargo, mientras estamos vivos, la caducidad, ese ser-para-la-muerte heideggeriano, nos hace reflexionar sobre lo que dejaremos más allá del recuerdo en unos pocos, que suele ser voluble y, en ocasiones, interesado. Lo que dejamos es lo que dejamos materialmente. Son nuestras obras. Y entre esas obras están nuestros descendientes, y los productos de nuestro cerebro y de nuestras manos: la silla o la biblioteca que hicimos, el cuadro pintado y la escultura, aquella fotografía, lo escrito y quizá publicado- ¡estas mismas líneas!
Pero la obra material precisa de un reconocimiento. Reconocimiento de una mirada o de una mano. No muchas necesariamente, basta una. Y entonces se produce el paso del sentimiento de caducidad al sentimiento del aprovechamiento. Aprovechamiento del tiempo restante, o mejor, del que puede restar. La pregunta, entonces, es ¿qué quiero dejar? O mejor: ¿qué puedo dejar?
Si la pregunta se formula de manera culposa- ¡algo hay que dejar!- la culpa busca su catarsis en forma de disciplina, como bien lo explico Dodds en su libro Los griegos y lo irracional. Disciplinarse es modelar la vida en función de unos fines, e insistir por encima de los avatares del resto de la vida caducable. Pero, ¿acaso podría formularse esta pregunta de manera no culposa? ¿No es ya el sometimiento a lo cronológico una aceptación de la culpa? Así es, en efecto. Y entonces aparece de nuevo la dimensión cósmica de nuestra vida de seres de un día que » es de una tristeza aterradora, inmensa» ,como terminaba el párrafo Josep Pla.
Quedan ciertamente, la duración y la ocasión, pero no suelen ser «productivas». Simplemente están ahí, como Venus en el cielo…