(para Marijuly)
Teníamos dieciséis años pero ya sabíamos quién era Janis Joplin. Nos juntamos – era época de Juntas de todo tipo – para hacer teatro bajo el auspicio de algunos frailes y monjas que atisbaban lo que se escondía bajo el Concilio Vaticano II. Ensayábamos en un escenario colegial con mucha precaución y recato: los chicos intentado modular unas voces inexpertas, las chicas ocultando su excesivo desarrollo con amplios pololos de algodón oscuro. Alguien -¿ Quién sería ? ¿Acaso el hermano Victorino del Pozo?- puso al frente del grupo a dos universitarios un poco mayores que nosotros, pero ya lo suficientemente mayores .Y , encabezándolos, apareció un sudamericano espigado y disciplinado.
Bajo las atentas miradas de aquella trinidad comenzaron las improvisaciones. Primero tímidamente y después entre risas – casi carcajadas – fuimos soltando nuestras manos, nuestros pies, nuestras voces y , sobre todo, nuestros rostros. Pedro Sorela, el director de ojos vivos y bigote apurado , decidió entonces que ya era hora de ir montando la obra y , para nuestra sorpresa, añadió que la tal obra estaba ya hecha pues no era sino lo que debería resultar de ordenar tanta improvisación.
Y nos pusimos a ello quitando de aquí y añadiendo de allá, todo muy en la tónica de un hacer teatro de principios de los setenta. Al resultado le llamamos » ESO» , que era un buen título, aunque también se podía haber llamado » TODO».
Se estrenó , por fin, la obra y constituyó un campanazo. Frailes y monjas , aún los vaticanistas, no acababan de ver en aquello obra alguna y menos todavía tras tantos meses de ensayo. Alguna monja más bien trentista sólo vio – textualmente – un » grupo de perros drogadictos revolcándose en el fango». Padres y madres, aunque no entendieron nada – en realidad no había nada que entender – y hubieran preferido ver algo de los hermanos Quintero, se felicitaron por el simple hecho de ver a sus retoños subidos en un escenario, ya hombrecitos y mujercitas, y aplaudieron a rabiar.
La obra se representó unas cuantas veces , casi siempre en salones de actos colegiales, y, animados por el controvertido éxito, nos dispusimos a emprender una nueva andadura teatral. Pero, por lo visto, ya había sido demasiado y ni la negra provincia que tan bien ha caracterizado Miguel Sánchez-Ostiz ni los vaticanistas estaban dispuestos a hacer otro experimento: » Ya continuaréis cuando lleguéis a la Universidad» nos dijeron en una reunión – todavía no estaban permitidas las asambleas – catártica y definitiva. Así que nos disolvimos y cada uno y cada una retornó a sus estudios y amistades.
Han pasado muchos años desde que ocurrió todo esto. Un episodio perdido entre otros avatares tardofranquistas de una ciudad de provincias. Un episodio que hizo soplar , por unos meses , un poco de viento de fresca libertad sobre algunas cabezas. Cosas, en fin , para no olvidar.