En sus interesantísimas memorias – Una mirada atrás– y hablando de su amigo Charles Norton, la escritora norteamericana Edith Wharton comenta : » Cada palabra que pronunciaba, cada pregunta que formulaba, era como una señal que apuntaba hacia la cumbre siguiente, y sus silencios eran del género que propicia que la conversación continúe…»Indudablemente Wharton había encontrado un auténtico interlocutor.
Aunque el término sea un tanto cacofónico y suene, además, a anglosajón, el concepto es claro y distinto que diría Descartes. Se trata de encontrar a alguien que verdaderamente escuche y que verdaderamente responda.
Y alguien que verdaderamente escuche no sólo oirá las palabras que con mayor o menor orden salen de la boca del otro sino que también estará atento a su mirada, a sus manos, a los movimientos de su cuerpo. Intentará , escuchando así, comprender todo lo que el otro pretende darle a entender, todo lo que esforzadamente le quiere decir y también aquello que, sin darse cuenta, le transmite entre respiración y respiración.
Y alguien que verdaderamente responda lo hará con la convicción de estar poniendo en juego todas sus capacidades expresivas, insistiendo particularmente en los matices y no dejándose llevar por generalizaciones y lugares comunes. La respuesta deberá ser para el otro clarificadora pero también interrogativa, creando un puente de doble sentido entre los que hablan.
Sólo así habrá interlocución . Y sólo así hay interlocutores e interlocutoras.