En 1899 el sociólogo norteamericano Thorstein Veblen publicó su obra más conocida, Teoría de la clase ociosa.
El estudio venía muy a cuento dada la polarización de la sociedad de su tiempo, dividida entre una nueva aristocracia y un proletariado de origen fundamentalmente inmigrante que vivía en condiciones miserables.
En esa obra Veblen caracteriza la clase ociosa como el grupo social no directamente productivo- en el sentido industrial de la época- , y dedicado al «gobierno, la guerra , las prácticas religiosas y los deportes». Ni que decir tiene que está casi exclusivamente formado por varones, figurando las mujeres como meras acompañantes.
Sin embargo, cuando comienza a precisar más, añade que » los deportes son considerados de dudosa legitimidad » para la conveniencia de dicha clase ociosa cuando se abandona el fair play , es decir, su aspecto lúdico, para convertirse en algo productivo. Pues la clase ociosa no puede vivir en su negación, es decir en el nec-ocio que implica, por ejemplo, la competitividad.
A la vista de lo que hoy ha llegado a ser el deporte, no sabemos qué pensaría Veblen al respecto. Y no tanto en su dimensión macro – un gran espectáculo globalizado que mueve mucho, muchísimo dinero -sino en su aspecto más micro. Pues, a esa escala, la productividad ya dominante en tantos ámbitos de la vida – desde la cadena industrial a la sexualidad pasando por las artes y las letras -se ha internalizado, robotizando a muchos humanos en una competencia contra sí mismos.
A este proceso , que a su vez ha abierto otro nicho de negocio – gestionado por las grandes multinacionales de ropa y aderezos deportivos – ha contribuido una nueva ideología salutifera radical, en muchas ocasiones tan arbitraria como peligrosa: no hay más que pensar en los cantidad de rodillas destrozadas que los traumátologos van encontrando y en los cada vez más frecuentes infartos in media res.
Enfin, que todo apunta a que dentro de unos años, el simple hecho de pasear puede volver a convertirse en el signo aristocrático de una nueva y sencilla ociosidad, un » fare il signore» que por mor de los tiempos ya será también «fare la signora»…