Pongamos que se llama Sebastián ( Sebas para los amigos. Hasta donde yo sabía- porque él lo contaba- se levantaba todos los días a las cinco y media de la mañana. Tras tomar un té verde, ejecutaba toda la serie de katas de Heian y, a continuación, se sentaba en su zafú y practicaba media hora de meditación. Después desayunaba un gran tazón de leche de soja con müesli y marchaba a su trabajo en Hacienda.
A la hora del café , se tomaba una menta -poleo con sus colegas y ,después, ya en el despacho,un par de piezas de fruta de temporada ( le encantaban las mandarinas.
Volvía a casa a eso de las tres y media y comía según una dieta que le habían diseñado y que no incluía ningún tipo de carne. Echaba una breve siesta, revisaba en el ordenador algunos temas pendientes y, alternativamente, acudía a sesiones de zumba y pilates. Se retiraba pronto, cenaba como comía y para las diez y media ya estaba en la cama.En estos últimos años, no se le conocía ninguna pareja.
Ayer me llamaron del Hospital diciendo que había dado mi número de teléfono. Estaba ingresado por un coma etílico. Por lo visto, le recogieron a la puerta de un «club», una vez que el travesti con el que pretendía enrollarse diera la voz de alarma.
Fuí a verlo en cuanto pude y me recibió sonriente. No quería hablar de lo que había sucedido. Tan sólo me cogió de la mano y me dijo: «Quería vivir bien y ser feliz. Ahora sólo quiero vivir».
NB. ¿Vale esta su frase como moraleja?