Al final de cada episodio de la serie Caso Abierto , el muerto protagonista – generalmente asesinado- aparece unos segundos sonriente para desaparecer a continuación lentamente.
A mi, este tipo de final me parece muy adecuado al recuerdo con que solemos quedarnos cuando alguien desaparece de nuestras vidas. Pues en efecto, por lo general le recordamos en algún momento alegre, por mucho que su vida haya sido complicada y hasta cierto punto trágica. Y también, como una imagen que aparece y se desvanece, al principio cada dos por tres , luego, de vez en cuando , y, por fin, paseando por la calle donde vivía, con ocasión de una fotografía, o al comer un postre que le gustaba, como bien apuntaron Henri Bergson, Maurice Halbwachs o el mismo Marcel Proust.
Otro escritor que ha trabajado siempre entre la memoria y la Historia, Leonardo Sciascia, señalaba con su gracejo siciliano, que , aún así, y que a pesar de uno se muera para los demás, precisamente por ello se entra en el «ámbito de los recuerdos cambiantes, de los sentimientos cambiantes y de los pensamientos cambiantes de quienes quedan con vida” y a los que ya no se va a poder responder directamente. Un lío, vamos.
Por eso, acaso lo mejor que se puede hacer con los muertos, después de llorarlos de verdad, es dejarlos en paz- requiescant in pace. Porque sino, como decía un clásico: «Los muertos que vos matáis , gozan de muy buena salud»…Y no hay nada peor que un muerto muy vivo…