Desde mi mesa del Iruña bilbaíno, veo pasar a una pareja de turistas pertrechados de pañuelico rojo y boina idem, en desafiante desubicación temporal y espacial. Ya sólo falta que estén buscando la calle de la Estafeta o la churrería de La Mañueta.
Antes tan sólo nos enterábamos de las cantadas de las personas principales, como, por ejemplo , las más frecuentes de los presidentes norteamericanos que nunca sabían si estaban en Venezuela o en El Ecuador. Y, sino, de las más próximas y perdonables , como la de aquel colega de una universidad británica – no diré el nombre, pulcro que soy- al que tras hacer sufrir y bien a una doctoranda, hice subir a Artxanda en su funicular y que ante el Bilbao metropolitano que se extendía a sus pies , me dijo muy sentidamente: «I-like-very-much-Saint-Sebastian», sin corregirle yo – en pequeña venganza- sus coordenadas.
Pero ahora, en la horizontalidad que nos invade, podemos dar cuenta inmediata de las cantadas más xélebres con sólo mirar el smartfone, refugiados, además en aquella extraña intimidad en la que Aznar hablaba en catalá.
Bajo la mirada y me reencuentro con el artículo – de esos que antes se llamaban » de fondo»- que el también pulcro José Luis Pardo le dedica al escritor esloveno tan de moda Slavoj Zizek. Se titula precisamente ( en ambos dos sentidos, supongo) » Desmontando a Zizek» (*) y viene a ser como la versión sesuda, a fuer de comprimida, de «Desmontando a Harry» de Woody Allen, que en una de sus primeras secuencias muestra el siguiente diálogo del protagonista con una prostituta: «¿Prefieres que hablemos un poco o que comencemos sin más?»/ «¿Hablar? …Lo que yo quiero es que me ates». Pues piensa Pardo, acaso muy acertadamente, que el Zizek es un pseudo-intelectual prostituido que vende su fresca carne post-moderna en el último y más eficaz de los mercados de ideas, sease las redes sociales, intentando convertirnos a todos y todas en niños de doce años que no hacen » más que repetir unas consignas esencialmente vacías», eso sí, muy despacito para que nos atonten más desconcienciadamente.
Y es que la falta de conciencia, ese no saber dónde se está ni cuándo, no sólo implica estar a los pies de los caballos ( o de los Grandes Almacenes que venden de todo en cualquier momento), sino tambien( «sed etiam», ¡cómo me ha gustado siempre esta segunda parte!) hacer un ridículo mayúsculo como el de la pareja sanferminera circulando por Bilbao y avant-la-lettre…
(*) https://elpais.com/elpais/2017/06/30/opinion/1498835332_476491.html