En su primer libro publicado- Las parroquias de Regalpetra– un a modo de relato de formación, el escritor siciliano Leonardo Sciascia afirma que muchos campesinos y artesanos aceptaron formar parte de las brigadas internacionales fascistas para huir del hambre , pues ya que «no había trabajo, el Duce les ofrecía el trabajo de la guerra «.
Esta última frase, leída en medio del jolgorio de un vagón de metro veraniego, me ha hecho pensar en quienes hoy se apuntan a brigadas diversas, implícitas o explícitas, públicas o clandestinas.
Por supuesto, no creo que ya nadie lo haga por aquí por el mismo tipo de hambre que cita Sciascia- aunque no es descartable- sino por un hambre intelectual o ,incluso, más bien moral.
Un hambre, así, por un lado, de claridad y distinción intelectual que vuelva a ubicar grupos y clases sociales, capitales económicos y culturales, y ,acaso sobre todo, una perspectiva histórica. Y, por otra parte, un hambre moral de compromisos máximos y mínimos, de común denominador, de unidad de acción.
Leonardo Sciascia recordaba también que la mayor parte de aquellos campesinos y artesanos no volvió a sus casas y que quienes volvieron no pudieron disfrutar de pensión alguna ni de prebendas tales como llegar a ser el bedel de una escuela perdida – que era lo que les habían prometido.
La gran ventaja de los ( y las ) brigadistas de hogaño es que en su dedicación reside ya su salvación así como otros en su pecado llevan la penitencia…