“ Otra noche sin follar” he escuchado de madrugada . La curiosidad, como se suele decir, ha podido conmigo y me he levantado. A través de la ventana entreabierta he visto a dos veinteañeros mirando desde la esquina a dos chavalitas que les saludaban despidiéndose desde la esquina.
Cuando los dos chavales han desaparecido de mi ángulo de visión, he ido a la cocina y me he preparado un té. No sé si por la condición de cuasi vela en que me encontraba o por qué otra razón, he experimentado algo parecido a lo que los fenomenólogos denominaban epojé y me he visto privado de todos los filtros de familia ,municipio , sindicato y género para recordar con un a modo de crueldad a lo Schopenhauer el espíritu de la voluntad , la condición de la naturaleza, y, acaso, la llamada de la selva…
Y me he indignado porque las cosas fueran a la vez tan sencillas y tan complicadas, porque el ur- objetivo de estas fiestas, como el de casi todas, sea la reproducción social aleatoria y cada vez más democrática – bueno no tanto si comparamos al personal de Indautxu saliendo de la corrida de toros con los de la txosna de , por ejemplo, Hontzak – porque , al cabo, entre campañas y manifestaciones varias que reconducen lo anterior hacia otro tipo de plusvalías políticas o ideológicas, alguien pueda exclamar a las seis de la mañana «Otra noche sin follar».
Y he vuelto a la cama con un leve sentimiento de piedad…