Como afirmó Max Weber, en los asuntos humanos no cabe la explicación según leyes sino la comprensión según modelos, lo cual no implica ninguna justificación. Y «comprender» es , en este sentido, intentar objetivar la subjetividad que mueve a la acción.
No estaría demás tener en cuenta lo anterior a la hora de evaluar el fin proclamado de ETA, pues es fácil, muy fácil, sumarse ahora a condenas generales y absolutas y, sin embargo resulta difícil, acaso muy difícil ,intentar comprender las circunstancias históricas, políticas, ideológicas y hasta psicológicas de su nacimiento: habrá que recordar tan sólo que a finales de los años cincuenta todavía estaba muy vivo el recuerdo del «maquis» y de la última contienda civil, que poco después la guerra de guerrilas se convirtió en una alternativa de la mano del maoísmo ( no olvidemos a Federico Krutwig y su Vasconia) y que ya muy entrada la década de los setenta a los partidos tradicionales (de la izquierda y de la derecha) les salieron muchas y diferentes divergencias.
No se puede obviar, desde luego, que ya en los ochenta, en ETA se impuso una dinámica militarista que quizá fue el comienzo de su fin al desafiar por su cuenta o impulsada por cuenta ajena a un Estado bien pertrechado y ya legitimado en su monopolio de la violencia por la constitución de 1978 ( aquí otra vez, Max Weber.
Pero hacer unas cuentas rápidas, como probablemente se va a hacer con Marx o con el movimiento de Mayo del 68 en este año de rememoraciones, no va a favorecer la comprensión de nada. Y no digamos si la «explicación» de todo se remite a novelones pseudo-realistas como la tan oportunamente promocionada Patria.
ETA ha «finalizado su ciclo histórico» según su útimo comunicado. Y puede ser que haya finalizado tarde y mal. Pero quizá no tanto por las razones que tanto se arguyen, como, por ejemplo, en relación a las víctimas o a la razón de su existencia, sino simple y llanamente desde un punto de vista militar: lo primero que hay que aceptar cuando alguien se rinde es la derrota ( una vez más, Max Weber) ya que es la única posibilidad de no ser tratado como un vencido. No se ha hecho así e incluso la disolución se ha presentado con una solemnidad que puede incitar a acusaciones internas de liquidacionismo y a una política de blando exterminio desde los poderes del Estado ( Vae victis!)
Contra lo que pudiera parecer, y como ya apuntó un célebre y conocido experto en estas lides, frente a la dislocución no habría estado de más la alternativa de la progresiva extinción, de la lenta y silente extinción de un par de generaciones que se sumaron a una lucha en un contexto que nada tiene que ver con el actual y con unas perspectivas que hoy en día resultan inexplicables aunque comprensibles en el sentido que se apuntaba al comienzo de estas líneas.
Pero, desgraciadamente, hay mucha plusvalia política que repartir entre tirios y troyanos…