Vuelvo de Portugal con el recuerdo de la polémica sobre la ubicación definitiva de los restos de José Alfonso, el célebre cantautor de los setenta.
La Sociedade Portuguesa de Autores cree que debería estar enterrado en el Panteão Nacional de ilustres de Lisboa , pero la família se opone arguyendo que más que un honor sería un deshonor: no resultaría muy propio que quien puso su voz a » Grãndola, Vila morena » iniciando la Revolución de los Claveles en 1974, tuviera una tumba aristocrática.
Insisten los académicos en que se trata de un reconocimiento simbólico pero, otra vez desde la familia , se responde que Alfonso es un símbolo en sí mismo y que no necesita ser hipersimbolizado.
Y es que, por lo que ya se va viendo, no hay más que darle un gran premio institucional a un gran escritor o a un o una gran artista para abducirlo a un olimpo de convencionalidad o, peor, para inhabilitar su capacidad creadora.
Aunque siempre hay soluciones excepcionales , como la del hoy olvidado Jean-Paul Sartre que en 1964 rechazó… ¡el Premio Nobel de Literatura! Claro que eran otros tiempos…
Pero he aquí que, nada más cruzar la frontera me encuentro con otra polémica , en este caso sobre el traslado de los restos del dictador Francisco Franco…muerto ( dicen) …¡en 1975!
¡Ver para creer!