Le veo todos los mediodías en la primera revuelta de mi paseo cotidiano. Sentado al aire libre en una terraza cubierta,vestido pulcramente, de hombros cargados, con un cigarro en la mano izquierda, concentrado en un crucigrama…
Sé de buena tinta que es un maestro retirado hace ya unos años.
Un maestro respetado por padres y madres muy diferentes a los que ahora confían más en lo que suelta un experto o un mindungi en algún programa televisivo matinal.
Un maestro respetado por sus estudiantes que aceptaban los deberes como prolongación de una voluntad de aprendizaje y no como un castigo.
Un maestro respetado socialmente, concediéndole a su labor la alta estima que antes se otorgaba a quienes se dedicaban formar a los nuevos ciudadanos y ciudadanas , y no como en la actualidad , cuando se ve a los maestros y maestras como personas que no valían para otras profesiones y, consecuentemente, como meros gestores del almacenamiento de niños y niñas antes ( guarderías) durante ( horas lectivas, comedores) y después ( extra- escolares.
Un maestro, pues, que no tendría fácil encaje en estos días en los que una horizontalidad supuestamente democrática, avalada por una política educativa tecnocrática de más relumbrón electrónico y Q’ s de plata que de objetivos estratégicos a largo plazo, se ha ido imponiendo con un retrosabor de vulgaridad demagógica.
Un maestro , en fin, de los de antes que ahora hace crucigramas con la mirada todavía muy atenta…
Por suerte, todavía quedan hoy algunos. Que conciben su profesión como un acompañar a quienes llenan el aula a descubrir su camino. Que suscitan preguntas para que busquen respuestas. Que creen en lo que hacen y que pese a desear como agua de Mayo que llegue el viernes, disfrutan de su labor. Y que continúan intentando cada día, acercarse un poco más a lo que realmente significa ser maestro.
Sin duda. Y en sus manos está en gran medida el futuro…Gracias por el comentario.