Salió el tema en la última cena de matrimonios.La mayoría afirmó no haber visto nunca nada o se mantuvo en silencio. Sólo una colega, rompiendo el tabú post-moderno, se atrevió a decir lo que pensaba, con lo que antes se llamaba «conocimiento de causa»…
Silente y, sin embargo, parloteada pornografía. Al parecer, en USA, el mayor productor de pornografía del mundo, llevan ya unos cuantos años desarrollando terapias para superar la adición a la pornografía.
Por lo visto, hay un buen número de gentes que por falta de tiempo o de interés para mantener relaciones sexuales- se cita a ejecutivos y ejecutivas principalmente, pero , más recientemente , a adolescentes curiosos – se autosatisfacen a base de porno duro. Se cumple así, una vez más, la ley del mínimo esfuerzo, salvo que no se entienda por tal el arte de Onan. Pues bien, según dicen, aún ese mínimo esfuerzo puede resultar culpable y pecaminoso ante algún Dios …o ante La Naturaleza. Y necesita redención y terapia.
Como en todo buen mercado, también en USA se ofrece la cal y la arena: si no puede usted ligar y está muy caliente – ¡no hablemos de amor, por favor! – vea on line las veces que quiera Perversiones anales en el castillo. Y si cree que está abusando demasiado de Perversiones anales en el castillo o análogas, pásese por la consulta del doctor Mammy que le explicara, por unos dólares de nada, que no es para tanto.
Y todo sin acabar de aceptar el valor intrínseco de la pornografía. Su exposición, para muchos y muchas aburrida, de un sexo polimorfo, didáctico, amoral, pragmático, sexista- en el sentido que se quiera según lo políticamente correcto de cada momento- y siempre satisfactorio. Por supuesto, hacer el amor es otra cosa. Como también lo es mantener, simplemente, relaciones sexuales:“Practicar el sexo sin amor es una experiencia vacía. Pero de las experiencias vacías que conozco es la más llena “, que decía el hoy ya condenado por la Nueva Santa Inquisición, Woody Allen.
Sin duda, la pornografía, en la sociedad globalizada en la que vivimos, constituye una nueva dimensión del sexo humano que implicará cambios de roles y de costumbres. Algo que ya se atisbó en un ensayo publicado en los setenta que se titulaba La revolución teórica de la pornografía (Ucronía, 1978), y que, por cierto, pasó bastante desapercibido.