Ayer recibí una carta de un colega con aspiraciones de llegar a ser escritor. Creo que es interesante la transcripción de algunos párrafos, tanto para quienes están en el ajo como para otros similares y aún para los profanos, manteniendo, por supuesto , el anonimato:
«Parece que la escritura del dietario, que me recomendaste, no me basta. Ocurre como si, a aquel que ha estado disfrutando durante semanas de un espléndido y energético desayuno, le ponen de pronto sobre la mesa un escuálido café negro para comenzar el día. Así, releo párrafos de PSA y siento envidia de los momentos en los que los escribí.
No sé muy bien lo que me ocurre ni tampoco atisbo sus razones. Pudiera ser, quizá, que me he acostumbrado a este viaje cotidiano, a este perderme entre personajes y paisanajes que yo mismo he fabulado, y que necesito hacerlo como quien, sabiendo que le espera un largo tiempo de buceo, toma una gran cantidad de aire antes de zambullirse en el agua. La escritura como buceo. Vaya, no está mal.
Pero luego me retiene lo ya escrito. Esas páginas y páginas que se acumulan, torpemente encuadernadas, en las baldas de mi estudio, esas páginas que casi nadie ha leído y que, probablemente, nadie leerá. Tendría que corregirlas, revisarlas, darles alguna que otra vuelta más. Y luego ocuparme de promocionarlas, enviarlas a amigos y a editoriales…Pero no me apetece nada. O bueno, es otro tipo de trabajo. Un trabajo probablemente necesario, pero ¡tan aburido!… Nada que se parezca a ese enfrentamiento duro y sincero de todos los días con la página en blanco, que es, como dicen ahora los adolescentes, “lo que me pone”.
Puede ocurrir también que en mí predomine todavía la expresión sobre la construcción. Que mi afán por hacer sea superior al hacer bien o al hacer mejor. Que necesite personalmente, en fin, la pulsión de la escritura narrativa tanto como la comida… Pero si es así, ¿qué le voy a hacer?»
Sin comentarios.