El paseo del domingo finalizó en la Plaza Nueva, donde, en un puesto de libros encontré un viejo ejemplar de Consells, proverbis i insolències, del escritor valenciano Joan Fuster.
Se trata de una edición de la mítica Edicions 62, en cuya portada aparece una fotografía del autor, cigarrillo en mano, con una irónica mirada de soslayo cruzándole el rostro.
Para combatir el tedio que me suele invadir ( con perdón) en estas celebraciones, me he leído el libro de cabo a rabo. Y , como había de suponerse, ha resultado ser una summa inteligente de ironías diversas que se acogen formalmente, por lo general, a la resolución del aforismo rápido y contundente.
Sin embargo, la ironía fusteriana, al menos en esta obra, no deja de ser una ironía culpable: se detecta siempre en sus palabras un pesar de fondo, una amargura íntima que no logra conjurar el ingenio de su escritura. Es, sin duda, una culpa judeo-cristianoide, un rezumar leve de la petición de ser absuelto por haber nacido, y, después, por haber pecado, por haber quizás errado » la vocación en el estado, empleo, región, familiaridad» que mentó en su momento Baltasar Gracián. Sí, así, tan insólito como suena.
Y no es de extrañar que así sea teniendo en cuenta que él mismo, en el excelente prólogo que introduce sus textos – toda una teorización acerca de este tipo de literatura marginal – reconoce que, quizás, el origen de estos escritos esté en el impulso incontrolable recibido cuando, de niño, leía todos los días ”els paperets del bloc-calendari d´El Mensajero del Corazón de Jesús del pares de la Companya de Jesús”.
Y me pregunto…¿Serán paperets como aquellos, por aquí los calendario-tacos del Santuario de Arantzazu, los que habrán movido a más de uno y de una a pergeñar esas curiosas escriturillas llamadas diarios y dietarios, (¿hoy blogs?)…?