Un fantasma recorre el mundo digital: el fantasma de las fake news. Todas las fuerzas del viejo y nuevo mundo se han unido en Santa Cruzada para apuntalar ese fantasma: el Papa y Facebook, Putin y Trump, los brexiters y los hackers populistas de izquierdas y de derechas.
Frente a este fantasma de noticias falsas o manipuladas se ha alzado una tensa discusión de supuesta gran altura intelectual y grave trascendencia social que ha enhebrado disciplinas como la Filosofía, la Psicología, la Ciencia Política y hasta la Semántica.
La razón de tanta agitación quizá se deba a que este fenómeno fantasmático ya no sólo se vincula al mero juego que permite una red de redes electrónicas en la que todo puede ser falseado algorítmicamente, sino que , alimentado por cierta prensa supuestamente progresista, ve en su positividad, o sea, en las fake news, un peligro, un gran peligro hasta para subsistencia de la democracia.
Se critica así sotto voce la libertad de expresión tildándola de libertinaje, acompañándola de cierta urgencia subliminar por controlarla, sin , por otro lado, indagar en la dimensión de una cultura crítica de la recepción: es decir, al cabo se viene a postular que hay muchas noticias falsas que convencen a mucha gente manifiestamente estúpida.
El desequilibrio entre uno y otro aspecto, y sobre todo la ausencia de exigencia de un mayor desarrollo crítico, lo cual no es posible sin una mejor educación o por lo menos de la difusión de unas sencillas indicaciones prácticas, queda ubicado así, causa finita, a favor de la opción de la censura: es decir, ya que la mayoría del personal es concienzudamente estúpido, es mejor que no acceda a las fakes news porque las tomará por verdaderas.
Hasta hora han sido los propios administradores de las redes sociales quienes se han ofrecido (¿gratis et amore? ) a ejercer sumariamente esta censura- algunos con escaso éxito como ha ocurrido recientemente con Google, que hasta ha disuelto su «comité de expertos» ad hoc – pero queda por ver si no se estará generando el caldo de cultivo adecuado para que , dentro de poco, la opinión pública de las democracias acepte con humildad que los gobiernos vigilen y censuren las comunicaciones digitales, como de hecho ya se hace en algunos lugares del planeta.
Y entonces, cuando el proceso haya culminado, quienes se han relamido de gusto cacareando el peligro de las fake news, ¿ qué nos dirán? ¿Que ya no hay fake news porque no hay news? Y algunos ( y algunas, I suppose) preguntaremos- de facto, ya lo preguntamos ahora: ¿es que nunca, antes de lo digital , ha habido fake news?
Frente a las noticias falsas y los fotomontajes lo mejor es dejar en evidencia al mentiroso y a los periodistas que no comprobaron las fuentes…con más noticias, no con censura, creo yo.
En España -y en Euskadi, por supuesto- me preocupan más esas noticias o más bien ausencia de noticias sobre ciertos temas y la profusión de ellas sobre cuestiones completamente nimias. Cuando uno ha tenido cierta oportunidad de comprobar como tratan los periódicos ciertas cuestiones y sabe de primera mano como son en realidad, porque ha sido protagonista de ellas, se apodera de ti un completo escepticismo sobre la profesión. Me permito recomendar (perdón don Vicente) el libro «El director» de David Jiménez o una entrevista al autor en You Tube.
Muchas gracias por el comentario y la recomendación.