«La primera llamada que recibió Felipe González fue la del Departamento de Estado norteamericano» dijo Elías Díaz tras dar un sorbito a su copa de Remelluri. «¡Está bueno este rioja alavesa!» añadió.
Corría el año de 1985 y Elías Díaz, «socialista a fuer de liberal» como había dicho Indalecio Prieto, asistía a un Curso de postgraduación organizado por el Departamento de Historia de UNED-Bergara- que yo dirigía a la sazón- titulado «La nación y el Estado».
Varón alto y nervudo, de frente siempre despejada desde la que salía un media melena que le daba un toque progre, su mirada tenía un punto pícaro algo disimulado por unas grandes gafas cuadradas.
En aquel año, todavía era muy optimista sobre lo que podría hacer lo que él llamaba – y había estudiado concienzudamente desde Estado de derecho y sociedad democrática (1966) – el » socialismo democrático», a pesar de la frase que he reseñado al principio. Y confiaba en que la izquierda, toda la izquierda, se diera cuenta de que no había otra alternativa que la de apoyar al PSOE hasta el final, tras la mayoría absoluta conseguida en 1982.
Hace unos días, en una entrevista periodística, ya con 84 años, insistía en la fórmula de Prieto y añadía: Yo soy partidario de una triple reforma constitucional que nos lleve hacia un Estado social (más que de Bienestar), un Estado laico (más que aconfesional) y un Estado federal (más que de las Autonomías).” Un programa más viejo que la pana que caracterizaba a las chaquetas de los socialistas de los ochenta.
Y es que, quizá, como los viejos rockeros, los viejos socialistas nunca mueren, porque sus ideas siempre permanecen entre los avatares de repúblicas, guerras civiles, dictaduras y transiciones democráticas…
Hay ideas que resisten perfectamente el paso del tiempo, otra cosa es que haya gente que las interiorice y tenga bemoles para intentar llevarlas a cabo con honestidad, eso sí