A la vuelta de Madrid, esa ciudad en cuyas Cortes querían los carlistas que entrara El Rey Don Carlos, leo en el avión que la visita a uno de los lugares más encantadores de estas tierras norteñas, el nacedero del río Urederra, en el contrafuerte de la sierra de Urbasa, es ya poco menos que imposible debido al gran número de excursionistas. Y esto, hasta tal punto, que el gobierno de Navarra ha debido establecer un sistema de control- con la consiguiente solicitud electrónica- permitiendo tan solo…¡400 visitantes diarios!
Cierro el periódico y me quedo pensando mientras recorro con la mirada las colinas rojizas y los verdes cultivos riojanos desde la ventanilla: este a modo de furia naturalística, bien adobada por varias multinacionales que proporcionan calzado matizado, pantalones multiuso, ternos y plumíferos varios, cuando no bicicletas ad hoc o incluso , si fuera necesario, motocicletas montañeras o eso bichos rampantes que se denominan quads, y, por supuesto docenas de artilugios electrónicos que miden, suman, orientan y comunican, esa furia, digo, es ciertamente reciente por más que uno ( o una, of course), se empeñe en encontrar en ella, una vez más – en esto somos especialistas- , alguna «tradición».
Pues hasta hace bien poco, la naturaleza y lo natural en general era considerado como incivilizado y peligroso, y como dice Alain Roger en su Breve tratado del paisaje, cualquier campesino de principios del siglo pasado » trataba de locos a todos los amantes de las montañas» y el mismo Oscar Wilde pensaba al respecto que «donde el hombre cultivado capta un efecto, el hombre inculto atrapa un constipado» . Hasta el mismo Erasmo de Rotterdam, ya en el siglo XVI ,en uno de sus Coloquios afirma por boca de uno de sus personajes, si no recuerdo mal, que » no a todos les es agradable la vista de las flores y prados alegres, ni las fuentes y ríos…»
Nada, por supuesto, tiene que ver lo que estoy comentando, con ese respeto básico y fundamental por la Naturaleza que hoy en día ya casi puede implicar nuestra misma supervivencia. No , yo he hablado de » furia», de » furia naturalística», de esa desmesura acaparadora que al cabo puede que no sea sino otra manera de destruir campas, montes, ríos y glaciares con la excusa del deporte, la pedagogía o la contemplación…
Recuerde usted don Vicente que nuestro común Pla, don Josep, decía que le anonadaban las grandes bellezas de la naturaleza entendidas estas como montañas, valles y demás pero que lo que de verdad le gustaba es contemplar un huerto bien cultivado, sentado a la sombra de un árbol y mordisqueando entre los dientes una ramita de yerba olorosa.
Ciertamente, don Antonio, ciertamente.
Hace unos días acompañé a Joan a casa. Aunque él reconoce el buen trato y cuidado que recibe en la residencia no puede sacar su casa de la cabeza. Su casa no es su antigua vivienda sino el huerto, s’hortal, donde está su amigo el gato, es moix. Nada de estridencias, no desea visitar ni el mar ni el puerto ni la catedral, todos ellos lugares bellos en Ciutadella, sino s’hortal donde le espera su amigo es moix i ses nispros que amarillean.
Bello, sencillo y directo…Gracias por el comentario.