Hay una moda que no pasa de moda: la moda de los descamisados. Y digo descamisados porque fue implantada y se mantiene fundamentalmente en contextos de varones gordos y flacos.
De esta nueva iniciativa estética tuve conocimiento que no bíblico cuando un anteriormente pulcro militante comunista acudió a una cena con su camisa de leñador por fuera del pantalón.
Como quiera que coincidió la revelación con el retorno de uno de mis viajes a Chicago, donde todavía imperaba la drástica división entre los blue collar y los white collar , y hasta estaba mal visto llevar puesto un Levi’ s si no había pendiente algún curro de garage, aquello me pareció una reivindicación de los » descamisaos » históricos , aquellos que , por otro lado, formaban el grueso de la tropa que quería tirar del carro de Fernando VII al grito de ¡Vivan las caenas! – los deseos del pueblo son siempre un incógnito, que decía el Lao zi .
Admitida la moda sin más , le dí ( ganas me dan de decir » la dí» en plan Arturo Fernández) pase foral, porque siempre he sido débil de vientre y me sientan mal las corrientes bajas. Y me olvidé de ello.
Nunca pude suponer, sin embargo, que aquella moda, desataría otras en análoga lógica, como la de la camiseta explícita de manga corta , azul marino de los SEAL y polícromas y con lemas , las alternativas. Ni las de tirantes en ambas dos combinaciones o símplemente blancas al modo del neorrealismo italiano , ni, por supuesto, la extensión homeless que se manifiesta en nuestras calles y plazas en blue- jeans convenientemente agujereados que además valen un riñón…
Cosas veredes, decían los abuelos ( las abuelas, «!Ay, Jesús! ) y algún que otro clásico. Otro sí que lo digo yo…