En una tertulia radiofónica dirigida por el cineasta Paco Avizanda a principios de los ochenta ( y en la que participaba, por cierto, el hoy vicepresidente del Gobierno de Navarra, Koldo Martínez) siempre me sorprendió un colega que se presentaba como » experto en generalidades «.
Era un tipo muy amable y mayormente silencioso, pero que , cuando andábamos liados fraternalmente en alguna discusión, soltaba una frase de Aristóteles, o corregía una fecha o un apellido.
Con los años le he echado mucho en falta, sobre todo como modelo de erudición práctica y equilibrada, como modelo de verdadero hombre culto.
Y ,todo he de decirlo, lo he echado en falta ante el alumnado que cada año me venía a las aulas de la universidad y cuya incultura era clamorosa salvo excepciones contadas y contables.
No sé a qué se deberá esa incultura general básica , pero se me ocurre que puede ser debido a la falta de interés al respecto de nuestros mandamases ( y mandamasas, of course) abducidos como parecen estar por las doctrinas de la especialización, esas doctrinas que vuelven a nuestros hijos e hijas subsidiarios en todos los ámbitos de la vida -no hay que ver sino las recientes apologías de la Formación Profesional en su versión de sección femenina.
El desinterés por fomentar un nivel cultural de mínimo común denominador, correlativo al interés por el mantenimiento de la estupidez política se manifiesta hasta en la reducción de los presupuestos para la Educacion de Personas Adultas ( EPA) recientemente atisbada…Parece que cuantos más jóvenes tontos y más adultos atontados…¡ mejor!
En fin que , una vez más, parece oírse desde las alturas aquello que su sobrino Falconeri le decía al Príncipe Salina en El Gatopardo, la célebre novela de Tomasi di Lampedusa: » Tío, para que nada cambie, todo tiene que cambiar » , sólo que de nuevo está cambiando y ahora con luz , taquígrafos y votación en ristre…
¡ Ya quisiera yo unos cuantos expertos ( y expertas, of course) en generalidades! Sobre todo para que nadie más pueda preguntar con los ojos muy abiertos aquello de «Pe, pero, ¿qué es un carlista?», o afirme taxativamente que » Franco fue un rey», o que fechas como 1492 , 1841 o 1936 no le suenen a nada…
Totalmente de acuerdo.
Resulta penoso comprobar la preparación con la que llegan los jóvenes a la Universidad.
En mis tiempos estudiábamos 2 años de latín en bachillerato (yo hice ciencias) y en una ocasión, mi hija (que hizo Magisterio) me comentó a ver si en la Escuela de Ingenieros nos hacían estudiar latín (!!!). Cuando le respondí que nos teníamos que saber hasta el alfabeto griego y su significado físico, creo que casi se desmayó.
Lo triste es que parece que antes se hacían bien las cosas y ahora no y tampoco es eso.
A mí me parece muy bien que ahora todo el mundo cuente con un GPS que te lleve a donde quieras, pero tampoco estaría de más saber si Soria tiene costa o si el Aneto se encuentra en Almería, digo yo. Por no mentar temas de historia y literatura.
¡O tempora, o mores! ¡Si ya lo decían antes!
(Aunque Cicerón se refería al intento de asesinato por parte de Catilina, creo recordar).
Parece como que el abandono de las humanidades (generalidades) en la educación y en la enseñanza académica de los jóvenes trajera como consecuencia una mayor profundización en lo práctico, en lo especializado y útil.
Pero no es así, o por lo menos en el concepto de practicidad, especialización y utilidad que podría ser y no es.
Lo verdaderamente útil (por importante) sería enseñar a los jóvenes conceptos básicos de economía, derecho y fisiología. Y no es ni ha sido así nunca. Con ello tendríamos ciudadanos difíciles de engañar con contratos basura, campañas engañosas, leyes explotadoras y publicidades todo lo contrario que saludables.
Es decir, tendríamos un ciudadano consciente de los peligros que le acechan y, por tanto, más libre.
Por supuesto que defiendo las humanidades como corriente sanguínea de la cultura, el conocimiento y la dignidad humana, pero las enseñanzas dentro del campo de la utilidad material sólo van enfocadas al ciudadano productor de utilidad (para otros), no al ciudadano trabajador, elector, usuario de la sanidad o depositario de derechos y, por tanto de obligaciones sociales.
Esto último parece que no interesa.