Es difícil escuchar a alguien dedicado a la política sin oír una frase en la que, más allá de numerosas esdrújulas forzadas, no aparezca la palabra ilusionante. Así, líderes de diferentes pelajes nos hablan de «proyecto ilusionante», «cambio ilusionante», o «etapa (o fase) ilusionante» .
Curiosamente, este adjetivo no está recogido en el Diccionario de la Real Academia Española, pero sí ilusión, una de cuyas cuatro acepciones indica lo siguiente: «Esperanza cuyo cumplimiento parece especialmente atractivo». Otra de las acepciones torna el sentido y señala que la ilusión es una «viva complacencia en una persona, una cosa o una tarea». Otra más apunta a un registro retórico de «ironía viva y picante».
Pero la acepción principal es muy contundente, pues resuelve que la ilusión es el «concepto, imagen o representación sin verdadera realidad, sugeridos por la imaginación o causados por engaño de los sentidos».
O sea, que, cuando alguien nos habla de algo ilusionante, intenta inocularnos un rayo de esperanza autocomplaciente que no tiene mucho que ver con la realidad y que supone una ironía inconsciente. Osease, que nos quiere engañar, quizá sin darse muy bien cuenta.
Este tema de la ilusión es viejo, muy viejo. Ya aparecía en la República de Platón, en el libro VII ( lectura recomendada), cuando por medio del Mito de la Caverna se nos anunciaba el futuro advenimiento de ese deus ex machina y potente generador de ilusiones que es la televisión y sus ya tantas réplicas electrónicas
También el amigo Freud, en El porvenir de una ilusión ( lectura recomendada) y relacionándola con el deseo, nos decía que la ilusión es «una creencia cuando aparece engendrada por el impulso a la satisfacción de un deseo, prescindiendo de su relación con la realidad».
Entre el idealista Platón y el psicoanalista Freud, las ilusiones continúan desfilando frente a nuestros ojos sin prisa pero sin pausa. Apagar el móvil o el televisor y dedicarse a charlar o a leer un rato, exige hoy más esfuerzo que romper las ataduras de la caverna platónica y ascender penosamente hasta la salida. Y acaso es así porque las ilusiones parecen satisfacer nuestros deseos, aunque lo hagan de un modo narcisista, es decir, buscando más un deseo de satisfacción que la satisfacción de un deseo.
Incluso los más rigurosos escépticos no fruncen mucho el ceño ante las «ilusiones de todos los días» porque, como dijo Josep Pla, «som uns conformistes d´adhesió incompleta» (así, en catalán, para quienes lo hablen en la intimidad.
Por todo ello, y ante tanto trajín ilusionante, conviene estar alerta, no confundir los diagnósticos con las imposibilidades ni los silencios con las aceptaciones…ni, por supuesto, las abstenciones con las adhesiones….