Un viejo amigo y ensayista de cierto prestigio me contó hace algunos años que, tras largas y dificultosas negociaciones, consiguió obtener una cita para entrevistarse con Martín Heidegger en su cabaña de la Selva Negra, pero que, personado en el día y hora señalados, el filósofo alemán no le recibió porque según su entonces compañera, «estaba pensando» y era de todo punto inmoral interrumpirlo.
Por su parte, el padre ( y a lo que se ve también, la madre) del psicoanálisis y excelente escritor Sigmund Freud, en un delicioso ensayo titulado Un recuerdo infantil de Leonardo da Vinci (1) deja bastante claro que el espíritu creativo, en el pensamiento, el arte o la literatura, sólo emerge en individuos ( no digo individuas, porque suena raro) que no han abandonado psicológicamente la infancia, ese periodo de la vida humana en que, como su propio nombre indica ( in – fano) entre otras cosas, el lenguaje es un juego y no se ha convertido en vehículo explícito de ninguna abstracción, y , por lo tanto, tampoco lleva implícita la marca del espacio y el tiempo que – según Jean Piaget – ordenaría la seriedad de la madurez.
Y, en fin, si los ( y las ) creadores son como niños ( y niñas) , es decir, si no viven y no se relacionan, ni como adolescentes ni como adultos ( o adultas) , sino más bien atiende a sus caprichos creativos espacio-temporales, como parecía haberle ocurrido a mi amigo con Herr Heidegger, será bueno tener en cuenta que quienes convivan voluntariamente con ellos ( y ellas) deberán tener una gran paciencia.
Una gran paciencia que sólo parecería ser consecuente de un gran amor…De una gran paciencia y de un gran amor que sólo encontrarán compensación en la obra creada , ajena y sin embargo tan próxima, de la cual habrán sido condición necesaria, aunque acaso silenciosa y probablemente anónima…
(1) Freud, S. 1981. Psicoanálisis del arte.Madrid: Alianza Editorial [1910]
Tengo entendido que Freud evitaba oír música, porque argumentaba que se le «incrustaba en el bolo» de manera persistente e inconsciente, y entendía que eso no era bueno para el correcto funcionamiento de las neuronas y sus profusos enlaces y derivaciones.
Alguna vez que el menda ha estado castaña (cuando digo «alguna vez» … ya me entendéis) o bajo el efecto de algún estimulante cerebral, he podido comprobar que dentro de mi cabecita revoloteaban/revolotean canciones de distinto tipo, con persistencia de avispón. Incluso, en ese estado, llamémosle «hipersensible», recordaba letras, arpegios y arreglaturas con una claridad que, a pesar de mi estado cuasi comatoso, asombraba. Me daba cuenta de que eran/son partes de mi ser. Y eso no me gusta. No me gusta, porque no las he elegido, no las controlo y puede que alguna odie o me condicione).
(Freud evitaba la música en una época que solo se oían a Mozart, Bach, Verdi,… y peña así. No sé lo que diría en la actualidad)
Gracias por el comentario.