Decía la polifacética Rosa Regás en una reciente entrevista que estaba de acuerdo con la afirmación del novelista británico Jonathan Coe cuando comentaba que «los escritores son personas bastante anormales que sufren una enorme timidez exhibicionista» ( sic) y que ,en este sentido , son un poco raritos.
Esta calificación – que supongo se podrá extender a «las escritoras» ( y si no fuera así, pido perdón por adelantado) – no es muy novedosa toda vez que este a modo de excepcionalidad ha sido una constante en las reflexiones sobre el mundo artístico desde que Platón vinculó a sus practicantes a la tercera forma de locura en su diálogo Fedro hasta las consideraciones neurocientificas de hogaño que hablan de la crosmodalidad y pasando ,por supuesto, por la teoría de la sublimación de Sigmund Freud.
Ciertamente, en todas ellas se da cuenta, si se consuma , de una forma de integración en la sociedad diferente a la habitual, o si se quiere anormal por no normal. Pero ahora que estoy preparando una ponencia sobre la creatividad en estos tiempos digitales para un próximo Congreso, las aludidas palabras me parecen muy ajustadas y tanto más si al avatar de esta particular forma de socialización – que no debiera ser negada a nadie por mucho que se presente bajo formas un tanto exóticas o en el límite de lo patológico- tiene , por otro lado, la ventaja de aportar en sus producciones algunos matices sobre la realidad que otras personas más normales no son capaces de captar simplemente porque no lo necesitan.
Así, además, se cerraría el círculo de lo social- y con los deberes cumplidos- a pesar de que este tipo de acción social se experimente subjetivamente como una «ruptura estática de los límites» de la Norma, según ya avisó J. P. Eakin.