En estos tiempos de fake-news y sus consecuentes dímes y diretes, entre el parloteo permanente ( Michel Serres) que nos envuelve, se ha abierto de nuevo la vieja discusión sobre la distinción entre la realidad y la representación (1).
Nos consta que la realidad es imperfecta, inacabada, irreductible. En ella encontramos junto al beso apasionado el flato inoportuno y frente al deseo trascendente, el llanto inmediato de un niño. Basta que elucubremos sobre lo que tienen que ser las cosas para que sean de otra manera, y tercamente demuestra la realidad su poderío cambiando una y otra vez nuestra primogenitura por un plato de lentejas. Es así tan imprevisible como sorprendente, y, por ello, de su atenta constatación no puede esperarse pauta alguna salvo alguna interesada prosopopeya. La realidad no tiene, por definición, color ni calor, pero puede mostrar todos los colores y todos los calores.
Y sabemos también que la representación suele ser, por el contrario, perfecta, acabada y reductible. En ella no hay sino las luces y sombras pergeñadas por quien ha hecho el artificio , un artificio que se cierra sobre sí mismo más allá de toda estética de la recepción: en esto reside su maravilla y el origen de muchas confusiones. Además la representación es reductible por reproducible: siempre nos dará la misma versión de la realidad pues en ello reside su verdad. Porque la representación se sabe versión de la realidad y se reclama como tal ofreciendo interesadamente un determinado calor y un determinado color.
El problema – un problema – es que parece difícil vivir en la realidad sin tener en cuenta la representación, y, por consiguiente, alguna verdad. Algunas filosofías han propugnado lo contrario, o más bien que asumir la realidad consistiría en desprenderse de las representaciones, trabajo arduo y titánico, propio de héroes nietzscheanos o búdicos.
Es posible que este sea un camino de liberación. Pero, en cualquier caso, diferenciar entre realidad y representación, no exigiendo de una lo que sólo la otra puede dar, es un primer paso. También para la liberación, para la liberación personal y colectiva…
(1) Serres, M. 2014. Pulgarcita. Barcelona, España: Ed. Gedisa.
Un texto realmente interesante y claro, gracias Vicente.
Gracias por el comentario.
«En ella encontramos junto al beso apasionado el flato inoportuno». Se lo vengo diciendo desde hace tiempo don Vicente, hágame caso, lo suyo no es la filosofía, buen hombre de Dios, lo suyo es la literatura.
De acuerdo, don Antonio…Lo intentaré…