Una sonrisa tan escéptica como contenida recorrió los rostros de la mayoría de los asistentes a aquella reunión en la que se presentaba la plataforma virtual de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED). Un encendido vicerrector y antropólogo de pro había afirmado que muy pronto el profesorado desaparecería de las aulas y que el estudiantado seguiría las diferentes materias cómodamente, desde su casa. Todo esto ocurría en el filo del cambio de siglo.
La apuesta de la UNED por las nuevas tecnologías fue decidida y sin vuelta atrás, y supuso una enorme inversión en formación, implementación de equipos y, sobre todo, en el desarrollo de un software adecuado, pues de hecho el que se utilizó inicialmente – la WebCT- tenía un costo elevadísimo (¡ 6.000€ al día! ).La innovación fue poco a poco modulándose, se optó por plataformas libres o de bajo coste y se retranqueó su utilización con sucesivas reformas y readaptaciones, con el objetivo, entre otros aspectos, de reconducir el gigantesco déficit que se había generado.
Al calor de esta experiencia singular fueron apareciendo otras plataformas virtuales universitarias, en primer término como entidades tan sólo on line – como la UOC- y más adelante como desdoblamientos de las actividades presenciales. Para la segunda década del presente siglo, casi todas las universidades, sobre todo las privadas, contaban con campos virtuales, si bien , en la mayoría de los casos, su función resultó más extensiva que intensiva, y el control de la actividad fue predominando sobre la propia actividad, resumiéndose en un cuantitativismo romo y meramente estadístico.
El fenómeno de la educación virtual u on line, paralelo al desarrollo de lo que se han denominado » nuevas tecnologías» y a la eclosión de las «redes sociales», fue desde sus inicios motivo de reflexión (1) por las transformaciones que suponía y tanto más puesto que se enmarcaba en una cambio social de caracter general, como se ha señalado en otras ocasiones (2).
Sin embargo ha sido necesario un colapso de la presencialidad , como el que ha ocurrido con la declaración del Estado de Alarma, para que se pusiera a prueba esta nueva dimensión educativa, y hasta tal punto que se ha postulado como la única posible.
La prueba será por lo tanto y como se solía decir antes, una prueba de fuego. Una prueba que habrá que documentar exhaustivamente para poder evaluar con posterioridad sus ventajas y sus inconvenientes. Para detectar las nuevas posibilidades que se vayan abriendo , fruto de la creatividad generada por la necesidad, y también para reseñar los obstáculos que vayan apareciendo y los medios inmediatos y a veces intuitivos de su superación. Para apreciar , por fin, sus virtualidades , más allá de una utilización tecnocrática…
(1) Huici, V. 2015. «El uso de las TIC en la educación»
(2) Huici, V. 2017.»Crisis y zoon elektronikón».
#yomequedoencasa
Creo que lo verdaderamente importante es la figura del «profesor», del «director» como se insiste una y otra vez en el libro «Camino» del Opus Dei. Sin él no hay nada, o poca cosa. Si es «presencial», mucho mejor, pero si es «virtual» tampoco hay que desecharlo. De hecho en el mundo de la empresa es algo que se da con toda normalidad. Las reuniones y los encuentros por video conferencia están ahí y han venido para quedarse.