El grupo era una gran grupo compuesto por treintañeros y cuarentañeros sentados en torno a cuatro mesas juntas. Debían de llevar ya un buen rato, pues entre platos con restos de patatas fritas, aceitunas y ganchitos, había muchas copas a medio llenar y otras casi llenas de lo que parecían ser gin-tonics y cuba-libres.
Nadie llevaba mascarilla y mientras unos discutían enfáticamente y otros atendían, uno con lágrimas, las palabras que les susurraban al oído, una joven de unos ochenta quilos- que diría Josep Pla – iba de aquí para allá dejándose caer sobre unos y otros, abrazándolos y besuqueándolos- a algunos con besos de tornillo y no se sabe si de lengua- en medio de un alborozo general y chillón.
De pronto la infrascrita, ya muy achispada, en un alarde chistoso, se ha dirigido a la mesita donde estaban dispuestos algunos guantes, varios trapos y un gran frasco con desinfectante hidroalcohólico, ha cogido con la dos manos el dispensador y ha hecho el amago de dirigirlo a su boca. Ante las protestas de un par de amigas, se ha acercado a ellas frasco en ristre y ha comenzado a rociarlas entre risas, hasta que un hombretón ha soltado desde una de las mesas un improperio confuso pero de tono terminante y el frasco ha vuelto a su sitio.
La gorda ha vuelto a su periplo de besos y abrazos y una vez que el grupo se ha apuntado a una nueva ronda, ha desaparecido hacia el servicio más pálida que la virgen de la O.
Y de todo esto he podido dar fe, bien parapetado tras un oportuno y aislante metracrilato transparente,hasta que aprovechando la asunción de la susodicha, hemos abandonado nuestra mesa, tan duramente conseguida, entre comentarios sotto voce de otros compañeros de terraza : » Si luego acaban en la UCI…¡ yo les pasaría la factura!» , «¡Estos piensan que ya están vacunaos!», » ¡Este sí que es un grupo de riesgo!» (y también – y supongo que por extensión: » ¡Acabarán cerrando las playas!»)
Pues eso, que diría un Umbral.
¡Señor, Señor!
Idem de idem!