Tiene uno la ( ¿buena?) costumbre de hacerse eco, de vez en cuando, de los libros que publican ( y le envían) sus amigos ( y amigas, of course).
Tiempo ha, pero no mucho para que haya dejado de ser novedad , me llegó Ser gato, de Edgar Borges (Caracas,1966). Han pasado los meses y voces más autorizadas ya han dado cuenta y razón de esta nueva publicación del escritor venezolano, una obra que me ha sorprendido, como me suele ocurrir con lo suyo habitualmente.
Pues tras una larga trayectoria en la que ha desplegado una narrativa muy particular , en la que cada libro venía a mostrar el quiebro de algún personaje singular y marginado, Borges ha cambiado en fondo y forma y nos presenta ahora una serie de sugerentes reflexiones a partir de la mirada de un gato.
Nada queda aquí del conflicto creativo del protagonista de El hombre no mediático que leía a Peter Handke (2012, red. 2020), o de la seducción encantadora de La ciclista de las soluciones imaginarias (2014) o de la culpa oculta del El olvido de Bruno (2016), de las alharacas de La niña del salto (2018) o , por fin, de la angustia liberadora de Enjambres (2020), de todo lo cual he hecho cumplida y oportuna recensión.
No, aquí reside una mirada a ras de suelo , comprensiva, piadosa, moderadamente irónica, que seduce desde el principio hasta el final, pero no necesariamente en el orden de la paginación físicamente necesaria.
Físicamente necesaria , pues el salto gatuno de Edgar Borges es esta vez metafísico, se coloca y nos coloca en otra ontología, y consigue ese efecto de verticalidad poética del que Gaston Bachelard hablaba en L’ intuition de l’ instant.
Transformado el autor en minino, y con él sus lectores y lectoras, no queda más remedio que permanecer con la mirada atenta …O » cerrar los ojos y ser un punto más en la noche infinita»…
Mila esker erreferentziagatik
Ahal bada, egiten da…