Compruebo que , una vez más, las disputas sobre la territoralidad están de nuevo al pil-pil, bien desde una óptica macro, como en el caso de Ucrania, o bien micro, como en la delimitación del ámbito de la negociación laboral, o incluso mini, como en los referéndums ( ya sé que debería decir referenda) que tras convertirse en unos siferéndums de larga tradición hispana, favorecen las dexanexiones de barrios enteros y verdaderos.
Pero basta leer en diagonal el célebre tratado Hombre y Espacio, de O. F.Bollnow, o si se va de vagoneta el prólogo ad hoc de Víctor d´´ Ors , para constatar – sin alabar ni condenar- que la reivindicación de lo espacial frente a lo temporal pertenece en principio al ámbito ideológico conservador.
Pues desde el siglo XIX ,ante los avatares temporales – sobre todo, ¡ Oh cielos! ante La Revolución- el espacio consuela y sirve de refugio al tradicionalista, ya que le permite huir del «tiempo explosivo» – que diría Georges Gurvitch – tan devorador del orden y concierto del Antiguo Régimen, y aislarse en lugares privilegiados ,rigurosamente vigilados desde las atalayas de las correspondientes casas-torre ( físicas y metafísicas)
Y es que, otro sí, a la vista está que todos los conservadores que en mundo han sido, desde los junkers hasta los jauntxos, han intentado soslayar el cambio , cualquier cambio, afianzándose en un territorio más o menos histórico ( cuando no histérico– en su sentido etimológico), reivindicando mayormente algún tiempo “muerto” de datación problemática o incluso sin datación, como ocurrió en su momento con la morriña por la Edad Media (bastante idealizada, por cierto) de los neo-conservadores alemanes que luego legitimaron el nazismo.
La conversión de la burguesía progresista en conservadora en clave gatopardiana – «cambiar todo para que nada cambie» – transmitió la bandera roja liberal a lo que por entonces ya se denominó izquierda, pero el pecado original de la impronta espacial, alentada por los nacionalismos emergentes de todo pelaje, no permitió despejar la incógnita temporal. Y gran parte de la izquierda se mantuvo en esto de derechas, en una voltereta más complicada de explicar en algunos casos que el milagro de la transubstanciación…
…Pero compruebo que me voy, me voy, y que me lío ( líes, líe, líomen…) y tan solo me queda reformular una pregunta que no por menos clásica puede ser menos acertada: Quosque tandem abutere finibus, sinistra?
Una de las cuestiones que no he entendido es -refiriéndonos a España- es esa cosa de que mientras más de «izquierda» eres más independentista, secesionista, también. Los casos de Sastre y Bergamín son paradigmáticos. Últimamente he llegado a una conclusión: Hay quien vive esa postura política como una causa que justifica su vida. La de un idealismo y una épica que no han tenido que vivir en su vida normal. Igual estoy equivocado.
Equivocado o no, ese es su punto de vista , don Antonio. ·En cualquier caso, parece que esa impronta de reivindicación espacial, territorial en nuestros lares, ha condicionado desde su origen el nacimiento y desarrollo de lo que se ha venido en llamar izquierda, generando numerosas combinaciones, escisiones y reagrupamientos. Probablemente el fondo del asunto tenga que ver con las insuficiencias vernáculas en relación a la Ilustración y a la Revolución Liberal, que nunca llegaron a cuajar en la piel de toro.
¡Si usted lo dice, algo sabrá!
Aun así es un buen tema – en su sentido de insistencia- para debatir -entre quienes pudieran estar interesados,of course…