«Con la iglesia hemos dado, Sancho», dijo el alargado Don Quijote al redondo Sancho Panza en 1605, en esa excelsa obra de cuyo nombre no puedo acordarme , y si bien y al parecer la iglesia no era exactamente la Iglesia, la metonimia inversa dice hogaño todo lo contrario.
Pero, a mi parescer, ya no es un idealista, modelo de todos los irónicos idealistas del mundo mundial, ni un realista casi naturalista, quienes se topan con la Iglesia ( en nuestros lares, Católica, Apostólica, Romana), sino que es la tal, en su mismidad eclesial , la que, desde tiempo ha, no deja de empatarse con sus orteguianas circunstancias materiales.
Pues perdido mayormente el ascendente simbólico, salvo en las liturgias más socializantes, acosada por las acusaciones de pederastia estructural , y debiendo reclutar allende los mares a sus miembros y miembras en dura competencia con el protestantismo vario y alzado, no le ha ido quedando sino el avatar de un continuo enroque táctico, refugiándose en inmatriculaciones masivas que en algunos casos han dado lugar a oscuras operaciones inmobiliarias, ajenas en principio a los principios morales que debería defender desde León XIII.
Tal es el caso , y para muestra un gran botón, de lo que ya se conoce como «el pelotazo de Abandoibarra», sangrante especulación diocesana del Obispado de Bilbao -bien documentada por el profesor Javier González de Durana – iniciado por un prelado ya arzobispo , condenado – y multado– en su momento por negocios similares, y asumido por la tiara actual como un legado inevitable.
En fin, que mucho tendrá que cambiar esta Iglesia ( Católica, Apostólica, Romana) para acoger la fe de unos creyentes cada vez más descreídos, cuando no bautizados no-practicantes, y quizás en el nuevo Papa Francisco están puestas para muchos y para muchas todas las esperanzas.
Pero desde la quijotesca frase han pasado ya más de cuatrocientos años (400) y si desde el Vaticano no se da a tiempo un buen puñetazo en la mesa pontificia ,aplicando firmemente aquello de «Roma locuta, causa finita», el empeño irá hacia el despeño , como diría Baltasar Gracián ,y más bien se agrandará aquello otro de «Roma veduta, fede perduta»…
Es curioso pero incluso aquí en este territorio nuestro tan fecundo en vocaciones en otros momentos de la historia no tan lejanos se produce un doble hecho. La Iglesia pierde simbolismo y seguidores en la sociedad en su conjunto pero sin embargo su presencia «institucional» es alargadísima. En todo caso don Vicente lo mejor de su artículo es lo de «el alargado don Quijote y el redondo Sancho». ¡A sus pies!
Aquí un agradecido…
Un placer leer este artículo, con el que no puedo estar más de acuerdo.
Tomo nota de la biografía de «Fouché» (de Stefan Zweig) que se mencionó en un comentario a otra columna.
Gracias, Vicente.
Gracias a ti, Aurelio, por el comentario.
“ y quizás en el nuevo Papa Francisco están puestas para muchos y para muchas todas las esperanzas.”
Pues no sé, a mí cómo que me resbala, pero viendo que las mayores y más entusiastas loas al Papá Francisco provienen de latitudes ideológicas tradicionalmente enfrentados a la Iglesia Católica, Apostólica y Romana y no de sectores creyentes y menos practicantes, aconsejaría recordar, ya que hablamos de clásicos, los versos de Samaniego:
“Bebiendo un perro en el Nilo
al mismo tiempo corría
Bebe quieto decía
un taimado cocodrilo
Dijole el perro prudente
Dañoso es beber y andar
¿pero es sano el aguardar
a que me claves el diente?
¡Oh, que docto perro viejo!
Yo venero tu sentir
en esto de NO SEGUIR
DEL ENEMIGO EL CONSEJO”
Pues eso.
Gracias por el comentario…y por Samaniego.