En el mundo educativo ha sido cada vez más frecuente diagnosticar de TDAH- Trastorno de Déficit de Atención e Hiperactividad – a aquellos niños y niñas – ¿niñes?- que no podían seguir el ritmo del grupo porque se despistaban a menudo y que por otro lado iban a su bola compulsivamente. Yo mismo pude comprobar de primera mano la normalidad con que se aceptaba este diagnóstico cuando estuve al frente, in illo tempore, de un Departamento de Psicopedagogía.
Y , desde luego, no voy a discutir la sabiduría ínsita del DSM-5 ni a entrar en la pertinencia de la inclusión de este trastorno que, por otro lado, como en muchos otros casos – y casuística sí que la hay – se ha convertido en un cajón de sastre psico-pedagógico.
Sin embargo, como sociólogo-en-excedencia, no puedo dejar de constatar la existencia de todo un tipo de síntomas que se podrían considerar como formando parte de otra variante patológica, un tanto silente pero relevante que, creo , puede tener mucho que ver con la ya mencionada.
Me refiero a la proliferación de individuos ( individuas o individues) , pequeños grupos, y grupos mayores que no dejan de reclamar su visibilidad social en el ya de por sí alambicado mundo reivindicativo post-moderno tan amplificado por las redes sociales.
En estos casos – y también aquí la casuística haría las delicias de quienes tienen espíritu clasificatorio – se evidenciaría una necesidad drástica de atención por parte de terceros ( terceras o terceres) y su no consecución conllevaría acaso crisis de ansiedad de los sujetos (sujetas o sujetes) implicados, así como episodios compulsivos de violenta ruptura de la convivencia en el ámbito social inmediato o proyectivo.
Sin duda, todo lo anterior daría para mucho en clave psicológica, y no sé qué opinarían Decety o Cacioppo ,los colegas de la Society for Social Neuroscience. Tampoco estaría de más una perspectiva más política del asunto ,por ejemplo, la que analiza las nuevas reivindicaciones en un contexto histórico global – Manifiesto pospolitico, de Jorge Fernández Gonzalo.
Pero se me ha ocurrido que, dadas las aludidas características, se podría acuñar la expresión «Trastorno de Déficit de Atención e Hiperactividad Inverso» (TDAHI) ya que , en tales casos , la problemática no provendría de una falta de atención de los sujetos – sujetas o sujetes– respecto de los estímulos exteriores, sino, por el contrario, de una falta de atención del mundo exterior hacia dichos sujetos – sujetas o sujetes.
Pero, por supuesto, estoy dispuesto a discutir mi propuesta en público y en privado – también en catalá- y/o , if necessary, a presentar la correspondiente Comunicación- la cosa no da para Ponencia- allá donde fuera justo y necesario…
Por el amor de Dios don Vicente no nos castigue con las terminaciones en a, o, e. Me hace recordar aquello de todo termina en «o» menos chorizo que termina en cuerda.
Se procurará no confundir texto y contexto y forma …Gracias por la sugerencia…
Igual es mejor siempre género femenino, dado que la «a» es anterior a cualquier otra letra y no conlleva decisión de superioridad en la elección, como lleva la «o». «Siempre que haya un varón será con o» porque lo hemos decidido nosotros.
Muchas gracias por la sugerencia.
El TDAH, efectivamente, se ha convertido en un cajón de sastre, pero no de cualquier sastre, sino de aquél que le hacía el traje al emperador.
Cuando por primera vez se puso el departamento de psicología en los institutos, muchos y muchas tuvieron que pasar por situaciones divertida y tristemente ridículas. Yo me sentía como si me hubieran regalado un instrumento maravilloso, pero que yo no sabía usar porque no incluía manual de instrucciones.
Recuerdo haber sido testigo de una discusión en un pasillo entre un alumno y una profesora por motivo de la nota de un examen. El alumno no estaba conforme y la discusión se desbocó ligeramente. La profesora llamó al director, y el equipo directivo decidió mandar al alumno…. ¡al psicólogo!
A medida que, efecto del tiempo, la figura de psicólogo o psicóloga de centro se iba normalizando, fueron adquiriendo cada vez más funciones burocráticas e informativas… y parecía que eso era lo importante.
Uno de mis ´últimos años de actividad docente oficial a principio de curso recibí una nota, por intranet (el despacho de psicología y el mío estaban a escasos tres metros), donde se me dice que tenga especial cuidado con dos alumnos porque uno tiene el síndrome de Asperger y la otra tiene no recuerdo qué síndrome, que tuve que mirar en internet, a través de San Google, para saber lo que era. Eso fue todo… y una vez más, sin manual de instrucciones.
Por cierto, la primera vez que a uno de mis hijos le «diagnosticaron» hiperactividad lo hizo una monitora de judo en las extraescolares… empezaba a ponerse de moda el palabro.
A mi otro hijo le diagnosticó déficit de atención un profesor de historia. Como éramos compañeros de departamento, me lo comentó sottovoce, en plan favor. Le di las gracias y le expliqué que cuando con doce años alguien le regaló un cubo de RubiK. sin sacarlo de la caja, lo puso en su mesa, se metió en Google y en poco más de media hora resolvía el maldito rompecabezas, sin Google, en menos de un minuto. Por lo visto, eso no necesitaba centrar la atención.
Un saludo
Interesante testimonio sobre la psicologización general y la particular de la estudiantina. Por otro lado, y sin desmerecer a sus aguerridos autores/as, como decía una amiga, todos estos diagnósticos basados en el famoso DSM norteamericano no dejan de ser un DSeaM suerte…