En la visita a los Ufizzi, hoy me he detenido un buen rato ante el cuadro San Agustín en su gabinete,de Sandro Botticelli.
Se trata de una pintura al temple sobre tabla de un formato muy pequeño – mide 41 cm. de alto por 27 de ancho – y en ella se puede ver a Agustín de Hipona escribiendo acaso sus famosas y definitivas Confesiones, modelo de posteriores tales, memorias y autobiografías.
Según la crítica y la Historia del Arte ,el motivo de esta obra es muy clásico y evoca a un físico o sabio de la antiguedad, pero a mí lo que me ha parecido más sugerente ha sido ver bajo la mesa del escritor un buen número de fragmentos de papel, rotos y arrugados.
Pues a fuer de que la composición connote esas condiciones tan necesarias para quien desea escribir – o practicar en general un arte ( apartamiento, soledad, concentración…como muy bien destacó ,entre otros, André Maurois en Un arte de vivir ), denota sobre todo ese afán corrector que solo termina cuando se percibe que lo mejor es enemigo de lo bueno .
Algo, por cierto, difícil de percibir cuando se está poseído ( o poseída, of course) por esa manía de escribir que Roland Barthes refería como scripturire ,y que lleva a corregir y corregir, y sobre todo a borrar, en estos tiempos con un simple cursor virtual , pero no hace tanto comenzando un nuevo texto una vez eliminado físicamente el anterior…
Y entonces escribir se convierte en un trabajo tantálico por sin fin en el que el fin y el medio se acaban confundiendo en la mera acción , en ese intento de dar cuenta de una verdad sobre la realidad…Scrivere!
(escrito en la Trattoria Zá-Zá, chianti classico mediante)