El anonimato que proporciona cualquier ciudad simplemente por el mero hecho de cambiar de barrio, un anonimato que permite degustar en un sentido polisémico sus paisajes y sus paisanajes.
Leo y releo una y otra vez La fisiología del flâneur, de Louis Huart ,una obra publicada en 1841,cuando las ciudades comenzaban a ser lugares de largos paseos gracias a sus amplias avenidas.
He de decir que lo leo a modo catártico para recordarme justamente lo que me falta en este mi pueblo costero. Y no hablo por hablar pues en un pueblo he vivido algunos años y también lo he hecho en una gran ciudad por mucho que ahora viva habitualmente en una ciudad sin más (ni menos, of course).
Y es que acostumbrado como estoy a estos largos paseos azarosos los echo en falta de vez en cuando.
Entre los obstáculos que Huart apunta uno muy relevante es aquel que convierte cualquier asociación fortuita en comunidad permanente ( que diría Ferdinand Tönnies) con todas las ventajas pero también con todos los inconvenientes que ello conlleva y ,entre estos últimos, la ausencia de anonimato que proporciona cualquier ciudad simplemente por el mero hecho de cambiar de barrio, un anonimato que permite degustar en un sentido polisémico sus paisajes y sus paisanajes.
Pues, el verdadero flâneur– y la verdadera flâneuse– camina en un sentido hasta que un semáforo, un perfume o una sombra le invitan a tomar otra dirección, yendo y viniendo intuitivamente y , por supuesto, sin ningún espíritu deportivo. Lo cual implica cierta densidad urbana que difícilmente puede darse en una pequeña localidad a pesar de su recrecimiento en apartamentos y hoteles carentes a menudo de estilo propio y de historia…
…¡Ah, pero esas mañanas frescas y luminosas caminando por arena! ¡ Y esos atardeceres lentos y rojizos contemplados desde un banco del paseo marítimo!
(c) by Vicente Huici Urmeneta
«Hay lugares donde uno se queda…y lugares que quedan en uno»…he ahí el detalle.