La excelente obra periodística de Monzó – también autor, por cierto, de una singular obra narrativa – puede inscribirse en esa larga tradición de columnistas que han florecido en Catalunya desde hace más de un siglo.
En una reciente entrevista el escritor catalán Quim Monzó comunicaba su jubilación como articulista: «Lo he pensado mucho y es verdad que podría seguir escribiendo artículos, evidentemente, pero me cansa, me aburre, porque los temas son siempre los mismos». Finaliza así una larga etapa vinculado a La Vanguardia, donde empezó escribiendo en 1982 alternando el catalán con el castellano.
He confesar que si he estado suscrito a La Vanguardia ha sido fundamentalmente por tener la oportunidad de leer un día tras otro a Monzó y no solo por la alegría cotidiana que me insuflaba en medio de un panorama general básico bastante deprimente , sino también ,y quizá sobre todo, porque su escritura reunía en una combinación magistral aquello que en un viejo artículo de 1924 Josep Pla reivindicaba de su mentor Alexandre Plana: la naturalidad en la escritura, el fondo humano de la cultura, la prosa reflexiva que domina el tono de la vida, una punta de escepticismo irónico incluso sardónico y la posición de quien lleva dentro un poeta que se sabe rebajar hasta tocar tierra -como apunta Xavier Pla en su documentadísimo Un corazón furtivo- vida de Josep Pla.
Pues sin duda, la excelente obra periodística de Monzó – también autor por cierto de una singular obra narrativa – puede inscribirse en esa larga tradición de columnistas que han florecido en Catalunya desde hace más de un siglo y que han conseguido hacer de su escritura una variante literaria sólida y prestigiosa que ya se hubiera deseado en otros lares y en otras lenguas peninsulares.
Como siempre, aunque Monzó ya no publique nada más en este ámbito de la pluma ligera, ahí queda todo lo publicado que bien merecería una antología crítica. Entre tanto siempre cabe esperar que , como suele ocurrir en otras artes, la despedida no sea definitiva: «Tengo carpetas con cosas que un día me miraré, a ver qué. Hay muchas, pero no creo que sirvan para casi nada. Ahora bien, no descarto nada, pero no prometo nada. Un día que esté aburrido, porque uno de los objetivos de no hacer nada es aburrirse, lo cogeré, me lo miraré, diré que eso es un rábano, lo destruiré o no sé qué haré….»
(c) by Vicente Huici Urmeneta