
La canícula oscilante , los sucesivos revuelos políticos y algunas finales deportivas particulares han obviado la muerte de José María Guelbenzu el pasado 18 de julio.
Para algunos y algunas, Guelbenzu tan solo evocará , como mucho, una localidad navarra del Valle de la Ultzama, pero para quienes desde la adolescencia militamos como lletraferits, José María Guelbenzu ha sido un referente literario de primer orden.
Personalmente, le conocí por casualidad en el madrileño Café Comercial de la Glorieta de Bilbao a finales de los setenta (¡ del siglo pasado!) cuando ya era una firme figura de la nueva narrativa española tras la publicación de El mercurio y Antifaz, y la por entonces más reciente La noche en casa (1977): lo que más me impresionó fue su amplia cultura.
Durante algunos años fue para mí un modelo de lo que deseaba hacer en la creación literaria, como en alguna medida, también lo fue Ehun metro (1976) de Ramón Saizarbitoria que, por cierto, también nació en 1944.
Alejado metodológicamente de la novela que exigía un para mí imposible trago largo y sabiéndome ya de copa corta – tan corta como mis haikus- ,continué leyendo su obra con fascinación y cierta envidia retrospectiva desde El río de la luna (1981) hasta Un peso en el mundo (1999) pasando por La tierra prometida (1991), pero dejó de interesarme en el momento en que comenzó la serie de novelas policiacas protagonizadas por la juez Mariana de Marco a partir de 2001.
No obstante, y aun sabiéndolo implicado en el mundo editorial familiar y profesionalmente, mantuve, y he mantenido hasta su muerte ,un gran interés por las excelentes críticas literarias que , siempre equilibradas y magnificamente escritas ,publicaba en EL PAÍS sin la más que evidente intención publicitaria de las habituales.
Como en tantos otros casos, recordar a José María Guelbenzu es ya recordar su obra, y recordar su obra es releerla, si no se ha leído. Leerla o releerla para disfrutarla y en algún caso para vacunarse frente a los sorprendentes descubrimientos de nuevos mediterráneos de hogaño…
(c) by Vicente Huici Urmeneta