Mientras me tomo un café con leche bien hecho y una tortilla de patatas sin mandangas en el Gorliz – mi oficina de urgencia – leo en un periódico que el ínclito líder de Ciudadanos, Albert Rivera, ha mudado su nombre por el de Alberto Carlos Rivera en la lista electoral ad hoc. El cambio me sorprende ( el nuevo nombre suena a telenovela) y no me sorprende, pues así es mas espanyol.
Fuentes del mentado partido han afirmado que de trata de un error, pero, y aún siéndolo, parece más bien un acto fallido de esos tan divertidos que comentaba Freud en su Psicopatología de la vida cotidiana.
Lo del cambio de nombre y su profunda significación tiene una gran tradición en nuestra cultura, sobre todo en su vertiente judeo- cristiana , y todo cambio nominal ha parecido conllevar siempre una mutación ontológica, dejándose de ser quien se era para ser un otro ( u otra, of course) : hasta tal punto llega la fe en las palabras como creadoras de mundos. Al fin y al cabo, aquel Yahweh Elohim del Génesis creaba hablando .
Por estos lares también he visto en primera persona curiosos cambios de nombres. Así, algunos amigos han pasado de ser Juan a Jon, otros de Luis a Koldo o de Pedrito a Kepa, y uno, incluso, ante la constatación de que su primer apellido era sin duda castellano, lo resumía en una mayúscula con un punto tras su nombre convenientemente vasconizado y antes del segundo apellido, claramente eusquérico.Yo mismo, cuando figuraba como » abertzale interno» militando en el maoísmo setentero, me llamé una temporada «Bin» por Bingen, pero como todo el mundo lo confundía con Vim ( clorex) y continuaba llamándome y muy anticlandestinamente » El Peli» , hube de rendirme. (Nota: ahora no sería procedente lo de Bin…
Por fin, el cambio más curioso por histórico, me lo contaron en una de aquellas lejanas noches de Vinogrado en las que Jon Juaristi y Txema Larrea bebían mano a mano: al parecer a un conocido prohombre nacionalista, Sabino Arana le propuso que dejara de llamarse Ángel y adoptará el nombre de Aingeru, que aceptó. Pero, cuando al cabo de un tiempo, Arana le propuso un nuevo cambio, de Aingeru por Gotzon, recibió una severa negativa y un primer aviso a la totalidad.
En fin, nombres y cambios de nombres…¡Si fuera tan fácil que todo cambiara llamándolo simplemente de otra manera!
Así que Alberto Carlos o Albert…¿Y porque no de Rivera a Ribera? ¡Ah! ¿Por José Antonio Primo de Rivera?
O por José de Ribera («El españoleto»)
Hay que españolizar el nombre para ser candidato con opciones para las elecciones del imperio arruinado.
Recuerdo un monigote de La Codorniz de mis 18 años que decía «¿Y usted cómo se llama? ¿Yooooo……? Ricardito como mi tío Manolo
De monigotes, sí…Gracias, don Antonio.