Corría el año de 1988 y de la mano del ministro Solchaga se alternaban reconversiones en pleno despegue de una nueva fase de bonanza capitalista- yo llegué a negociar subidas de hasta dos dígitos como representante sindical.
En el centro UNED-BERGARA, donde por entonces trabajaba, me encargaba de la organización de unos Cursos de Postgraduacion, al calor de la buena disposición de su director Iñaki Maiza y de la mejor voluntad del ICE de la Universidad del País Vasco.
Aquel año estuvo invitado Rafael Sánchez Ferlosio a un curso cuyo título – «Entre la Modernidad y la Post-modernidad»- da cuenta hogaño de las preocupaciones de antaño. El contacto me lo había pasado Agustín García Calvo ,un invitado habitual.
Por aquella época Sánchez Ferlosio había ya casi abjurado de la narrativa ( su última novela se había publicado dos años antes -El testimonio de Yarfoz (1986) – y odiaba, según dijo, su famoso El Jarama, por el que había obtenido el Premio Nadal en 1955 y el de la Crítica en 1956. De hecho, se dedicaba al estudio y al ensayo con la ayuda de todo tipo de farmacia – «¡ Cómo me iba a leer sino todos esos tochos de semántica!». En este nuevo camino abierto – en el que ya había destacado anteriomente con Las semanas del jardín, de 1974 – su obra se había multiplicado adquiriendo un perfil polifacético y por ello pareció oportuna la invitación.
Tras una larga conversación en la que tuve que insistir en que yo nada tenía que ver con no se qué «texto para un catálogo de abanicos «(sic), Sánchez Ferlosio no vio conveniente su intervención: estaba cansado de ser tan reclamado y , además , no le apetecía nada moverse de casa.
El Curso salió adelante. Y la obra de Sánchez Ferlosio también, multiplicándose en cantidad y calidad, como bien prueban sus gruesos cuatro tomos de Ensayos publicados recientemente.
El uno de abril, fecha sin duda muy celebrada por su padre Rafael Sánchez Mazas, uno de los fundadores de la Falange Española, ha fallecido a los noventa y un años. Sus escritos y su misma figura han dejado muchos discípulos, entre ellos el siempre lúcido antropólogo Juan Aranzádi, otro habitual de aquellos Cursos de Postgraduación, quien en 1981 sorprendió a tirios y troyanos con su libro Milenarismo Vasco.Edad de Oro, Etnia y nativismo, sin que hasta hoy se haya preocupado de escribir un » Milenarismo español» tal y como en su momento- ¡ ahora ya es agua pasada!- le propuse.
Pero en fin, con Rafael Sánchez Ferlosio se ha ido un ensayista de la densidad y erudición de Michel de Montaigne y de la agudeza de Baltasar Gracián. Leer su obra será siempre un placer y un estímulo para la resistencia crítica.