Se queda todas las mañanas, a eso de las ocho menos veinte, parado delante del paso de cebra que hay frente a mi ventana durante un buen rato. Los coches le esperan, y al final pasan al comprobar su estricta inmovilidad. Después, cabecea, cruza la calle y desaparece tras una esquina .
Tendrá veintitantos años avanzados, pero no treinta.Viste traje azul marino de chaqueta corta y suele llevar una corbata tan discreta que no suelo ser capaz de determinar el color en la distancia. Sobre la espalda emerge como una joroba una mochila negra, y en la mano derecha ,una bolsa de comida, también negra.
En muchas ocasiones me ha apetecido echarme algo por encima, bajar de casa y aprovechar esos minutos de detención para preguntarle unas cuantas cosas. Por ejemplo, de dónde viene y a dónde va – por supuesto sin pretensiones metafísicas- , qué ha estudiado, en qué trabaja, si está contento con ese trabajo, si le pagan bien, si tiene pareja o es single, si practica algún deporte o tiene alguna afición particular, a dónde va de vacaciones y a dónde la gustaría ir…En fin, qué planes tiene para el futuro…
Pero siempre me corto. Y es que no sé si todo esto le sonará a intromisión inaceptable, a paternalismo rayano en abuelismo, o a una urgencia más ajena que propia,acaso fruto de una degeneración mía, en la medida en que como former sociologist no puedo dejar de hacer «entrevistas en profundidad», o , como narrator in pectore, dejar de contar esto y aquello … ¡Vaya! ¡que venga Robert Nisbet – el de La Sociología como forma de arte– y lo vea!
Aunque en realidad creo que si no bajo es porque no sé que ponerme encima del pijama, pues mientras él ya está desfilando prietas las filas, yo apenas si he acabado de desayunar.
No sé, igual un día de estos abandono el servicio de guardia y me lanzo…
Yo también tengo una persona que me interesa… pero me interesa más en profundidad ya que sus cuestiones superficiales ya me las conozco aunque nunca haya hablado con esta persona. La cuestión es cómo entrarle o empezar una conversación para lo que los vascos a diferencia de otras culturas somos pésimos (en general). Luego está la duda de si es mejor mantener a la persona idealizada o enfrentarte a la cruda realidad, que básicamente se resume en el riesgo de que te rechace o de que realmente so sea la persona atractiva que creías que era y que deje de interesarte. Qué hacer pues ante este dilema y esta fata de recursos… quizá llegue el destino, un momento en el que no que más opción que empezar a hablar y ahí si toca lanzarse.
Pues habrá que abandonar, aunque sólo sea por un rato, ese estreñimiento emocional que, según dicen, circula por estos lares…