A pesar de los ruegos explícitos y las amenazas veladas, en mi último viaje a China, no acepté tirarme por el largísimo y pendientísimo tobogán que bajaba desde una de las excelsas torres de la Gran Muralla China en Mutianyu hasta la base turística desde la que se subía y bajaba cómodamente en un teleférico.
No lo hice por edad, dignidad y gobierno. De lo primero no hay que dar más explicaciones. En cuanto a la dignidad, la di por perdida si aceptaba y lograban sacarme una foto con un móvil ,mismamente espeluznado. Y en relación al gobierno, no puedo decir sino que no se podía frenar mayormente en el vehículo deslizante, corriendo el peligro de ser detenido, y acaso juzgado y, vaya usted a saber, igual fusilado por incompetente.
Viene todo esto a que hace poco han clausurado un tobogán municipal de 38 metros de largo y 33 grados de pendiente, recién abierto en Estepona, que se ha manifestado desde el primer momento más matacristianos que Santiago fuera matamoros: una usuaria se salió del vagoncillo y voló un par de metros y…
No sé ,antes estas cosas eran motivo de heroicidad. Recuerdo al respecto una entrevista en la radio con un tipo cuya especialidad era volar en ala delta sobre las bocas humeantes de los volcanes. » Es indescriptible», decía, y como es comprensible recibía el asentimiento absoluto del entrevistador en cuestión.
Bien , pues ahora parece que hay una carrera entre munícipes y municipios por hacer grandes cosas, en el sentido físico y metafísico de la expresión. Es decir , por ejemplo, construir todo tipo de auditorios , puentes y aeropuertos de la mano de arquitectos de nombre impronunciable, o, por ejemplo, posicionar su ciudad a base de Qus de oro, a poder ser con un aluvión de eventos deportivos.
Será que ante la horizontalidad un tanto aburrida que nos invade – desde las monótonas por evanescentes redes sociales hasta el imperio severo de la bicicleta omnipotente- el personal necesita de vez en cuando algún que otro éxtasis vertical que le recuerde que está vivo y goleando, perdón, quería decir coleando.Vaya, algo que le coloque en el mundo de lo sublime que diría don Manuel Kant.
Pero yo, que siempre he sido más de lo simplemente bello, no puedo, lo siento, tirarme por estos grandiosos toboganes físicos ni metafísicos. Ya de pequeño, mi madre tuvo que parar más de una vez un artilugio primitivo que se llamaba «balansé»…