Cuando tenía 15 años escribí un relato- entonces se llamaba cuento- titulado «El paseante».Lo hice a instancias de mi tío, el escritor y periodista catalán Julio Manegat, que pretendía sacar de mí un novelista como aquel escultor del chiste que intentaba dar a la luz un San José de un bloque de piedra.
«El paseante» trataba de un individuo que se resistía a aceptar la orden gubernativa que prohibía salir de casa para pasear y que era detenido y encarcelado.
Para rato iba yo a pensar que aquello ,que ahora se llama distopía, se iba a hacer realidad convirtiéndonos en participantes de un a modo de hikikomori ,el fenómeno de esos jóvenes japoneses que se encierran en sus casas alternando la cama con la pantalla de sus ordenadores cuando no , hartos ya definitivamente, se convocan a suicidios colectivos.
Con el tiempo me he dado cuenta de que pesar de lo mucho que me gustan los paseos físicos y más entre altos edificios y gaviotas, puedo también disfrutar y mucho de algunos paseos metafísicos moviéndome en un libro o en una melodía cuando no en la memoria y en la imaginación – esa prima buena de la nefasta fantasía – y que para ello tan solo necesito dejarme llevar haciendo un alto en el camino.
Quizá por todo lo anterior decidí en su momento titular este blog así: «El paseante», sin que me diera muy bien cuenta, como en tantas ocasiones de la vida ,de lo que estaba haciendo…