Hace ya una veintena de años formé parte del profesorado de la Escuela Superior de Gestión Deportiva Johan Cruyff, desarrollando una asignatura que llevaba por nombre «Ciencias Sociales de la Actividad Física y del Deporte» y que venía a ser una Sociología del deporte.
Se trataba de una materia que no había tenido mucho eco en estos lares, aunque se contaba con un manual incipiente y bastante completo y, sobre todo con algunas investigaciones iniciales llevadas a cabo por profesionales de cierto prestigio como Pierre Bourdieu o Norbert Elías .
Entre los debates que surgían al calor de los diferentes temas que íbamos recorriendo, había siempre dos aspectos que salían, bien como constatación , ya como queja. Uno de ellos era la progresiva imbricación del deporte profesional y el mundo de los negocios , y el otro su conversión, sobre todo en el caso del fútbol , en un mero espectáculo.
En aquel tiempo, el aspecto económico de la actividad deportiva todavía no implicaba, como comenzó a ocurrir poco después, salvo excepciones, la entrada de los fondos de las multinacionales de la construcción y el petróleo , y la subasta periódica de los jugadores , así como el progresivo enrarecimiento de la gestión hasta llegar a niveles de corrupción insospechados incluso en las más altas esferas.
Ni tampoco la dimensión de espectáculo de las competiciones había llegado a trastocar los ritmos de los encuentros según los intereses de quienes los retransmitían y de quienes les hacían el caldo gordo, saturando la parrilla televisiva a todas horas , todos los días y , por supuesto pay per view, llegando a admitir que no se hicieran retransmisiones sin una cierta cantidad de público.
Me he acordado de todo esto al enterarme de que se ha reanudado la Bundesliga para evitar el colapso económico del deporte rey, y que se ha hecho sin público, prietas las filas tras las pantallas, y de que , por ejemplo en Seul, se ha celebrado un partido disponiendo unas maniquíes ( o unas «muñecas hinchables/ sexuales», todavía no se ha aclarado) en las gradas para alentar (?) a los jugadores…
Y , en fin, como es posible que por aquí alguno ya se estará devanando los sesos para activar el ocio y el negocio cuanto antes, se me ha ocurrido que nada mejor para rellenar los estadios vacíos que unos cientos de aquellos muñecotes grises con gafas negras que en su momento fueron el santo y seña del «Equipo Crónica». Claro, que a lo mejor es un poco caro y no salen las cuentas: el mío, conseguido por sorteo en 1972 en los Encuentros de Pamplona, lo alquilo barato.
Los equipos de fútbol, hoy en día, a mi modesto entender, son multinacionales del entretenimiento.
¡Qué suerte que te tocara un ‘señor de gris’ del Equipo Crónica en aquel sorteo de 1972! Relacionando los Encuentros de Pamplona con la muñecas hinchables de Seul, he recordado la arquitectura hinchable del arquitecto José Manuel Prada Poole que se instaló en la Ciudadela con motivo de los Encuentros. Aquello fue una arquitectura utópica… que acabó desinflándose.
Prada Poole…Es verdad, aquellas cúpulas, una arquitectura ciertamente utópica…
Así parecer ser, malgré-nous…¡Qué lejos el espíritu sportif!
No sabía yo que se habían sorteado los muñecos de Equipo Crónica.
Un amigo que tenía uno en su casa de jactaba de habérselo llevado sigilosamente del patio de butacas de un teatro de Pamplona…
Se sortearon los que aparecieron en un acto celebrado en el Frontón Labrit…